El escritor libanés Amin Maalouf ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Es un premio justo. Pero los premios, como las cañas, los suele cargar el diablo. Repasando la trayectoria de los premios Príncipe de Asturias de las Letras vemos una primera etapa en la que se galardonó a personajes españoles a los que se les debía algo tras su persistencia literaria en tiempos difíciles o también a escritores que ya estaban un poco delicados de salud y convenía que el Estado le ganara la apuesta a la muerte. Las cosas empezaron a cambiar en 1991, cuando el Premio Príncipe de Asturias dedicado a las letras le fue otorgado ni más ni menos que al pueblo de Puerto Rico por su decisión de declarar el español única lengua oficial de la isla. En aquel remedo de la francophonie francesa, que considera a cualquier africano que hable francés el pretexto para mandarle la force de frappe , el jurado pasó a equiparar el rótulo de una señal de tráfico puertorriqueña a los sonetos de Lope de Vega . El giro político y diplomático de los premios se corrigió. Y a partir de 1999 los españoles desaparecieron del palmarés: Grass, Monterroso, Lessing, Miller, Sontag, Fatima Mernissi, Magris, Nélida Piñón, Auster, Oz, Atwood, Kadaré y ahora Maalouf , fueron acaparando sus bien merecidos premios. No se trata de clamar a favor del proteccionismo intelectual de nuestros escritores. Al fin y al cabo, para eso están los premios nacionales de narrativa o de poesía. Pero da la sensación de que los Príncipe de Asturias de las Letras no patrocinan al premiado, sino que es el premiado el que acaba prestigiando el premio. Amin Maalouf es una espléndida elección. Para él, para la literatura y, naturalmente, para enjuagar la mala conciencia de los colonizadores.