Los habitantes de El Hierro están acostumbrados a la actividad sísmica desde mucho antes de que comenzara la crisis actual y llegaran las televisiones. Normalmente no hay tantos terremotos, claro está, pero el vulcanismo que los provoca nunca se ha retirado por completo desde que se originó la isla, hace 1,2 millones de años. De hecho, Convivimos con nuestros volcanes es el nombre de un folleto que se reparte a los visitantes que llegan a este paraíso de tranquilidad y aguas cristalinas.

El previo: La experiencia del Lomo Negro

El Hierro es la isla más joven de las Canarias y la que muestra en su superficie más huellas de la pasada actividad orogénica: hay unos 500 volcanes con una silueta perceptible. "En los últimos 10.000 años se han producido infinidad de erupciones. No sería de extrañar que hubiera otra", desmitifica Joan Martí, especialista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Martí cita el caso del Lomo Negro, un volcán del extremo que supuestamente entró en erupción en 1793: "No hubo testigos del suceso, pero tiene el aspecto de una erupción reciente". Se observa desde la carretera: el cono apenas está desgastado y no se aprecian ni líquenes ni euforbias.

El emplazamiento: En El Julan no hay quien viva

Los sensores sísmicos han detectado por triangulación que la mayoría de los hipocentros, donde se forman los temblores, se han desplazado en las últimas semanas de norte a sur hasta alcanzar el mar, a unos cinco kilómetros del litoral. La distribución del magma podría cambiar en cuestión de días, dicen los científicos, pero todo sugiere que el punto donde la corteza terrestre corre un mayor riesgo de fractura por empuje del inquieto magma es el lecho marino del sur de El Hierro y las zonas emergidas más próximas, explica Stavros Meletlidis, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN). Algunas miradas se han fijado en un acantilado inclinado de muy difícil acceso conocido como El Julan. Aunque se han encontrado grabados prehispánicos, ahora no vive nadie en kilómetros a la redonda.

El origen: Una montaña de 150 metros de altura

Los especialistas intentan descifrar cómo se comportaría un hipotético volcán en ambas situaciones. Son en total unos 0,1 kilómetros cúbicos de magma que piden paso, según las estimaciones, cantidad similar a la pacífica erupción del Teneguía (isla de La Palma, 1971). Si estallara bajo el mar, todo dependería de la cantidad de agua que tuviera encima. "En aguas profundas no pasaría nada porque la presión sería muy grande y como mucho se formaría un cono submarino", asegura Martí. Por el contrario, si emergiera junto a la costa o justo en el litoral, la explosividad resultaría mayor y podría incluso formarse --al margen de la lava-- una columna de cenizas y otros materiales con posibles repercusiones en el tráfico aéreo, como sucedió recientemente en Islandia.

En caso de que el magma apareciera en tierras ya emergidas, el volcán resultante podría alcanzar entre 60 y 150 metros de altura y más de 200 metros de base, aunque dependería de la inclinación del terreno y de la viscosidad de la lava. En principio, se cree que los materiales son basaltos con un alto contenido en hierro, por lo que discurrirían lentamente y formarían lo que se conoce como un cráter hawaiano. Estructuras similares llenan la orografía herreña.

El final: Una espera de días, meses, semanas...

El magma se mueve agitado buscando un terreno propicio donde emerger fundiendo la roca, pero la profundidad en la que se mantiene desde hace días (unos 12 km) sugiere que no tiene suficiente fuerza. "Yo apostaría a que no sale, pero es solo una intuición y no hagas mucho caso", comenta María José Jurado, también especialista en volcanes del CSIC. En la última crisis similar acaecida en España, en la isla de Tenerife (2004), las aguas volvieron a una calma relativa tras medio año de temblores. "Estadísticamente, lo normal es que en casos de este tipo todo se acabe enfriando", insiste Gerardo Aguirre, de la Universidad Autónoma de México. Lo que está claro, añaden ambos, es que la situación actual de tensión latente podría prolongarse durante varios meses. Luego podría estallar o apagarse definitivamente. La recurrencia y la magnitud de los temblores bajaron ayer de forma acusada, pero eso no significa nada. "Hasta que estemos unos meses sin actividad, yo no daría por acabado el periodo de peligro", añade Martí, quien ayer dejó la isla y seguirá la evolución desde su centro de investigación en Barcelona. "Igual nos volvemos a ver pronto", avanza.

Al otro día: Espectáculo visual y no peligroso

Salvo en el caso de que la fractura de la corteza se produzca justo bajo un núcleo habitado, una posibilidad remota a día de hoy, los daños se antojan escasos porque el nuevo volcán, el 501, siempre avisaría con una cierta antelación y tendría un crecimiento pausado. "Ahora nos preocupan más los temblores y los desprendimientos que una erupción que ni siquiera sabemos si se producirá", resume Alpidio Armas, presidente del Cabildo herreño. La isla está poco poblada y la agricultura se limita a las escasas zonas con tierra fértil, normalmente en el norte, puesto que buena parte del territorio está cubierto por lava solidificada. "Por supuesto, si el volcán apareciera entre las casas sería un desastre --dice Juan Luis, guarda de la reserva marina del sur de la isla--, pero si es en una zona alejada y podemos ir a verlo, a mí me gustaría". En este sentido, Aguirre explica: "Bien gestionado y con sumo cuidado, si un volcán no es explosivo puede convertirse en un atractivo turístico". Añade que en el mundo hay cráteres activos que se pueden visitar y que en Hawái son una industria turística de primer orden las excursiones al Kilauea, que arroja lava constantemente. "Sí, creo de que si surge un volcán en tierra se podrá ir a ver desde lejos", dice Martí.

La realidad: Miedo a retraer al turismo

El problema de El Hierro no es tanto el hipotético volcán o los desprendimientos, sino que la crisis ha alejado de forma injustificada a parte del turismo, la más importante vía de ingresos de la isla. El Parador, el principal hotel, asegura que ha sufrido un 30% de cancelaciones. Y en La Restinga, que presume con razón de unas aguas sin igual, paraíso del buceo, temen los efectos que pueda tener sobre el campeonato del mundo de fotografía submarina, que se celebrará próximamente. Un grupo de buceadores aficionados se sumergían ayer ajenos a los seísmos: "Aquí, quien viene una vez repite siempre. Hemos oído los temblores mientras buceábamos, pero ¿y qué?".