TLto peor de las esperanzas es que son casi tan mentirosas como los deseos aunque igual de caprichosas. Lo normal es que no se cumplan, pero, si lo hacen, pueden suceder a su libre albedrío, sin orden ni concierto, así que, es mejor desconfiar de ellas y no soñarlas. Ni desearlas para nadie. Hay que dejarlas vivir en el aire, como dejamos a los Reyes Magos en oriente una vez que pasan. Y no empeñarse en que ocurran, porque te pueden traicionar del mismo modo en que pediste un reloj a los magos y te dejaron --como cada año-- el frasco de colonia idéntico, ese que nunca usas. La esperanza de que dos mil once traiga alegrías parece esfumarse con las estrellas y los camellos de la última navidad. Se han ido los magos llevándose también todo el carbón. Carbón que este año nos hacía muchísima falta porque el nuestro sale tan caro y tan subvencionado que, por su culpa, nos han metido el subidón energético y de todo lo demás. Lo único bueno de las esperanzas es que cuando esperas algo malo puede que tampoco se cumpla. Esta semana había un chico en Manhattan que esperaba acabar con su vida y se tiró desde el noveno para conseguirlo. Y nada, cayó sobre el montón de basura acumulado en la acera y terminó atufado pero vivito y coleando. De todas formas, dicen que, debido a nuestro carácter más bien soñador, es casi imposible vivir sin esperanzas, así que estás obligado a tenerlas. Vale, pero, mejor que las que vayan a cumplirse este año no sean tan excesivamente oscuras como amenazan, a no ser, claro está, que sean de color negro carbón y correspondan a una enorme cantidad de combustible barato. Y, de repente, nos salga gratis la luz y disfrutemos de verdad del café para todos.