Oliver Stone es un animal político cuya carrera ha estado marcada por la crítica a la gestión del gobierno estadounidense en todo tipo de materias. Sin embargo, su cine, con la entrada del nuevo milenio, ha dejado de estar a la altura de su mensaje. Poco queda del director de Platoon (1986), Nacido el 4 de julio (1988) y JFK: Caso abierto (1991).

La filmografía de la última década revela la falta de inspiración del cineasta neoyorquino, incapaz de adaptarse a las nuevas corrientes narrativas y contradiciendo el subtexto moral de su obra con un tratamiento de la imagen más cercano a propuestas de clara vocación mercantil. Sucedía con Savages (2012), su penúltimo trabajo, y lo mismo ocurre con el largometraje que nos ocupa, Snowden (2016), presentado en las pasadas ediciones de los festivales de Toronto y San Sebastián. Decir de antemano que este biográfico sobre Edward Snowden, una de las figuras más relevantes de los últimos tiempos en cuanto a macroseguridad internacional, no aporta nada nuevo a lo que hiciera Laura Poitras (personificada en el filme) con el documental ganador del Óscar Citizenfour (2014). Es por ello que nuestra atención se centre en los aspectos propios de la ficción. El primero, el más meritorio, es la interpretación de Joseph Gordon-Levitt, impecable gestual y vocalmente, en el retrato de ese ciudadano ejemplar que derrumbó su propia vida en favor de la Verdad. El segundo, en cambio, más negativo, es el subrayado constante y las reiterativas explicaciones que destapan cuál es el público tipo al que está destinado la película: uno sin formación ni capacidad crítica probablemente responsable del ascenso de personajes como Donald Trump. Se agradece el intento pero, una vez más, el disparo de Stone es de fogueo. H

* Crítico FIPRESCI, Dirigido por y El antepenúltimo mohicano