TStin ponernos de acuerdo, como si existiera alguna suerte de comunicación telepática, cada cierto e indeterminado tiempo, mi mujer, mis hijos y yo coincidimos en la esquina terapéutica . Coincidimos porque vamos juntos. O sea que la conjunción es el arranque, el deseo de ir y el disimulo mientras bajamos el camino sabiendo a lo que vamos. Nos parecemos a esos ñus que, movidos por un resorte todavía no bien aclarado, comienzan la migración al unísono, como un ejército perfectamente coordinado.

Cada cual va con lo suyo, pero sintiendo el peso de los demás, en una primera comunicación casi imperceptible. Un callado contacto de miradas. Después de una primera experiencia que no llegó a ser traumática, ¡ay, el amor!, pero anduvo en límites francamente peligrosos, ya vamos entregaditos, sabiendo que habrá gresca pero que saldremos indemnes en lo que importa. Y nos apoltronamos en la maldita e inevitable esquina y, dentro del orden ilógico que da el sentimiento, largamos rencores e idioteces, detalles de dolor y de alegría, preguntas sin respuesta, reproches y ternura. Sin medida. Cuando se acaba el asunto, es como si hubiéramos pasado por una sauna finlandesa: Los poros abiertos, afuera toxinas y relajados conociéndonos un poco más.

Nosotros tenemos esta esquina terapéutica en la Venta El Horno . La ventaja es que, mientras desfogas, bebes cerveza fresquita, comes buena carne y ves la cara asombrada de la gente cuando la conversación sube de tono. Pero nosotros, a lo nuestro y los demás, pues eso, que se busquen la vida. (jabuizaunex.es)