TEtn las grandes ciudades no se dejan de hacer túneles y más túneles para esconder a los vehículos, amplían los carriles de las autopistas y un ruido infernal de motores se escucha día y noche. En cada operación salida las carreteras de llenan de coches y uno empieza a plantearse si habremos actuado correctamente al convertir al vehículo privado en el principal medio de locomoción. Sobre todo ahora, que parece haber cierto consenso para no aumentar el consumo de combustibles fósiles. Pero los años de bonanza de principios del milenio invitaban a cambiar de coche cada cinco años, aunque no fuera necesario y funcionara a las mil maravillas, y las factorías aumentaban su ritmo de producción. De repente nos asalta la crisis, la gente empieza a comprar menos coches, las empresas del sector ganan menos dinero y amenazan con dejar en el paro a los miles de trabajadores que, de forma indirecta o directa, dependen de la venta de vehículos. Entonces llega el día en el que Rajoy y Zapatero se van al hemiciclo a hablar del estado de la nación y a uno le parece que lo más importante que se abordó era el estado de los coches. Ya no sé en cuánto va a quedar la ayuda pública para comprar un nuevo vehículo, ni cuánto pondrá cada comunidad. Y mientras muchos se pelean sobre si la medida debe ser universal o restringirla en función de los ingresos de la familia, me asaltan varias dudas: ¿Por qué tenemos que comprar coches con la ayuda de todos? ¿Por qué tenemos que sacarle las castañas del fuego a un sector que produjo más de la cuenta? ¿Vamos a hacer lo mismo con otros sectores productivos? ¿Nadie se hace estas preguntas?