TDtónde está el límite? Digo el del Estado. ¿Hasta dónde debe llegar su invasión de la esfera individual?

Porque cuando se cruza esa línea y se le coge el gustillo, la máquina es difícil de parar y es capaz de llevarse por delante al individuo, su libertad, sus mandangas cotidianas, y dejar lo propio de cada cual para los libros de historia.

O sea, que me da mucho miedo el Estado que juega a ser padre. Porque siempre resulta ser un padre injusto, antiguo y represor que te dice que, por tu bien, te canea; que para que vivas más sano, te manda al guardia de la porra. Y empiezan por una ley antitabaco y vaya usted a saber dónde paran. Ya amenazan con endilgarnos una similar a ésta, hipócrita y fascistoide, acogotando el bebercio. Lo cual, que también podrían mal parir una antihumores, como en USA, que a los que le huele el sobaco o las partes pudendas, les prohíben la entrada en edificios públicos; o quizás otra para perseguir a los pedorros públicos, que haberlos, haylos. Y qué necesidad tengo yo de oler, calle arriba, el rebufo de un canónigo, por poner un ejemplo vivido. ¿Y qué me dicen de los malhablados, de los que se peinan al revés, de los feos, de los cabezones que babean al hablar...? Así, hasta el infinito.

Esta ministra pijoncia va a acabar vistiéndonos a todos uniformaditos, requetepeinados, oliendo a violetas y superchachi la buti. Y no nos moriremos de cáncer de pulmón ni de cirrosis. Nos moriremos de hastío o, mucho peor, de angustia. Pero, ¿sabes?, angustia hipermegasana, oyes.

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