--La pregunta es inevitable, ¿cree usted en la tregua?

--No, pero tenía un poco de esperanza. Pero con los últimos atentados... Estamos igual que en la anterior tregua, cuando me pusieron un paquete bomba. Si no se les concede algo, vamos a retroceder. Queremos la paz, pero no a cualquier precio.

--¿Y en el fin del terrorismo?

--Debíamos de creer, pero mientras tengan las armas y se les conceda lo que piden...Lo primero es pedir perdón, arrepentirse y entregar las armas. Y que todos los partidos se unan contra el terrorismo y se hable.

--¿Cree que el futuro está más cerca?

--No podemos perder las esperanzas. Pero no se puede dar todo. ¿Y los muertos? ¿Les salen gratis? ¿Dónde está la justicia?.

--Vuelve usted a ser actualidad..

--Sí, con lo relativamente tranquila que estaba. Ni siquiera conocía al asesino de mi marido. Ahora viene él y me cambia todo. Y el pueblo me culpa a mí porque le han embargado para pagar mi indemnización.

--Cómo supo quién era?

--Me lo dijeron los concejales del pleno, al final de mi tercera legislatura, cuando fuimos todos a comer. Me insistieron que me estuviera tranquila y cuando salimos y les pregunté la razón, me contestaron que me tenía enfrentar a Candidito , el asesino de mi marido. No quería saberlo y así vivía tranquila... hasta que se vino debajo.

--¿Por qué cree que lo hecho?

--Es que eso es lo que quiero saber. ¿Con qué intenciones se ha venido debajo de mi casa? Esa es también mi pregunta.

--¿El mundo al revés?

--Completamente. El verdugo es el amo y la víctima, que soy yo, sigo siéndolo.

--¿Ha cambiado la relación con su "vecino" desde la última tregua?

--Todo lo contrario. El está más envalentonado.

--No todo el mundo aguantaría vivir en esa situación.

--No, pero a mí nadie me echa de esa casa donde nací. La hizo mi abuelo.

¿Por qué sigue en política?

--Por continuar la labor de mi marido y su compañero José Larrañaga, juez de paz asesinado por ETA un mes antes que él.