TJtose Antonio Marina advertía el domingo en El Mundo sobre el peligro de que con respecto a ETA suframos el Síndrome de Estocolmo. Y lo definía como la "compleja relación emocional que una víctima puede establecer con su verdugo", cuando este no la maltrata. Al "alivio" que siente y que deviene en especie de "gratitud" lo califica de "emoción perversa", pues "a los ojos de la víctima, el cruel se transforma en generoso". Y afirmaba: "ETA no ha hecho nada bueno, generoso, justo o benéfico".

España entera ha suspirado de alivio ante el comunicado de los tipos de la serpiente, pero no he percibido en verdad el menor asomo de semejante síndrome y sí de otros a los que bautizaría yo en mi ignorancia con diversos nombres. La mayoría de la gente buena está contenta, sí, pero no se fía. Hubiera deseado no un cese, sino el final. Y la entrega de las armas, como en 2008 prometió ZP que exigiría, para considerar a la banda finiquitada. Algunos ilusos, buena gente soñadora, insisten en reclamar lo imposible, o sea que los malvados pidan perdón. Todos estos padecen el síndrome de la desconfianza justificada.

Luego está Rubalcaba y sus lágrimas. A una le sorprende que a quien no derramó --en público-- llanto por los asesinados del 11-M, pues demasiado ocupado estaba en exigir un gobierno que no mintiera, los sentimientos le traicionen en el momento de la alegría. Rubalcaba es demasiado duro y listo para sentir gratitud hacia ETA, pero puede embargarle esta ante la oportunidad del comunicado. Debe de haber sufrido el síndrome de la emoción incontenible. Y los socialistas históricos como Guerra o el resucitado González quienes han explotado sin rubor la coyuntura para atribuirle el mérito a don Alfredo, que lo rechaza con modestia, el síndrome del oportunismo a ultranza. Por último están los que aprovechan con descaro la coyuntura y exigen medidas de gracia para los presos a los que las máscaras de la muerte homenajeaban en la misma hipócrita hora en que cantaban su despedida. Esos padecen el incurable síndrome del protagonismo regalado y la desvergüenza.