El interés por la eterna juventud ha sido una constante en la historia de la humanidad. En la prehistoria, un cuerpo al natural, sin decorar, no era aceptado por sus iguales. Civilizaciones como la griega y la romana no consideraban bella a una persona si no se aplicaba ungüentos, a los que concedían un valor mágico. Las deformaciones en el cráneo en Mesoamérica, los dientes negros tras aplicar la técnica del ohaguro de los japoneses o el absolutismo de los corsés anterior a la revolución francesa así como los piercings y los tatuajes propios de culturas aborígenes, asiáticas o africanas son otros ejemplos en el tiempo.

Nos encontramos ante un hecho en el que se mezcla la necesidad de cumplir con un canon de belleza y la distinción social, un hecho que ha estado presente a lo largo de los siglos y sobrevive en el presente tanto de la juventud como de la población adulta.

En este momento, las nuevas tecnologías hacen más accesible la recreación previa de esa imagen exterior y la facilidad de acceso y uso a ella que tienen los jóvenes se la ponen al alcance de las manos. La belleza, la proyección exterior de un ser, por lo tanto, no es un hecho actual, ni propio de un momento vital sino un asunto histórico propio del homo sapiens. Lo que sí podemos afirmar es que ha cambiado desde hace varias décadas al convertirse en un gran negocio, un lucro voraz que de la imagen exterior hacen las empresas estéticas y ahora también las tecnológicas.

Hay aspectos de las aspiraciones de un joven que están marcados por su condición socioeconómica y la de su entorno: su formación, el acceso a una educación y a un puesto de trabajo de calidad, así como a alternativas de ocio que enriquezcan sus competencias personales. Pero hay otros patrones de conducta que son muy semejantes sea cual sea su posición, y en el momento actual la sobrevaloración de su proyección estética y su exposición en redes es universal y transversal.

Este consumismo ha acercado a nuestros jóvenes esta posibilidad y ellos sumergidos en ella hacen apropio de la misma. No son conscientes de que lo que parece que los iguala al resto realmente les aleja de ellos porque mientras hay quien podrá permitirse unos retoques estéticos hay quien solo podrá mirarse y obsesionarse por aquello que no puede alcanzar.

¿Cómo podemos afrontar esta situación? Sin duda, el abordaje terapéutico por expertos cuando nos encontramos ante este problema será necesario, pero anteriormente a este paso la prevención y la reconversión de algunas malas prácticas pasa por poner en valor al adolescente por su interior y no tanto por su exterior. Nuestra juventud no es peor ni mejor que las de otras décadas, es la sociedad en su conjunto quien posiblemente no ofrece espacios ni oportunidades para su empoderamiento. Nuestros chavales tienen infinitas potencialidades, muy positivas, pero desde los entornos familiares, educativos y de ocio debemos empeñarnos en generar canales para que puedan expandirlos.

Recientemente desempolvé el plan Joven de la ciudad de Zaragoza de los 80 y al releerlo tuvela sensación de estar trasladándome no al pasado, sino a un futuro deseado a través de conceptos como la autogestión, el desarrollo cultural, la participación, el ocio alternativo, el empleo… ¡Retomemos el espíritu de esas grandes líneas que pretendían darle al sistema social una segunda oportunidad para la promoción juvenil! Dejemos que os sorprendan, pero facilitémosles los caminos para que lo hagan, no sólo con espacios chulos y a la vez segregadores, sino útiles en su día a día.

Sigamos invirtiendo en nuestros jóvenes a través de alternativas que pongan en valor sus potencialidades, su capacidad de superación, su capacidad creativa. Posiblemente de esta forma revertiremos algo esa gran inversión que la sociedad del consumo hace para que lo que más importe sea la imagen exterior.