El único recurso inagotable es la creatividad humana, y ésa es una buena razón para invertir en investigación e innovación (I+I). Además, hay pruebas de que existe una relación directa entre esta inversión y el desarrollo económico y social. No es fácil de demostrar, porque los resultados son siempre a largo plazo e intervienen muchos factores, pero hay consenso en que existe.

Europa tiene una larga tradición científica -mantenida durante las últimas décadas- si la medimos en publicaciones, que es el indicador más fácil de cuantificar aunque tiene muchas limitaciones. Grosso modo, algo más de un tercio de todas las publicaciones son europeas, otro tercio procede de Estados Unidos y el restante del resto del mundo.

Otra cosa es si analizamos la inversión en I+I, donde Europa está lejos del objetivo 3% del Producto Interior Bruto (que se marcó para 2010 y para 2020) y figura por detrás de EE.UU., Japón y Corea y a punto de ser adelantada por China. Además, dentro de Europa la brecha entre los que más invierten y los que menos no ha hecho sino ensancharse durante los años de la crisis. En efecto, algunos países aumentaron la inversión en este periodo mientras que otros, sobre todo en España, la disminuyeron. El déficit inversor europeo se concentra sobre todo en el sector privado, que en los países más dinámicos representa como mínimo los dos tercios de la inversión total.

Tres décadas de programa marco

La UE tiene desde hace más de 30 años un programa de investigación e innovación, el programa marco (PM); actualmente el octavo. Aunque es el mayor del mundo en I+I colaborativa (más de dos equipos por proyecto), representa sólo un 7% de inversión total europea en investigación e innovación; algo más de 11.000 millones de euros al año. Aunque se trata de una pequeña parte del esfuerzo que hacen los europeos en este campo, tiene un enorme valor añadido porque es dinero no institucional que se invierte, prácticamente en su totalidad, en proyectos.

Los fondos se asignan por competición entre los proyectos presentados, como en la mayoría de programas nacionales, y hay que reconocer que participan los mejores equipos europeos. Sin ánimo triunfalista, se puede afirmar que en pocas décadas ha conseguido cambiar el panorama de la ciencia y la innovación en el continente.

Los mejores grupos, que son los que se financian, son de una calidad muy alta. Haber sido seleccionado en un proyecto europeo significa un sello de calidad que en muchos programas, y de manera significativa los del Consejo Europeo de Investigación (ERC, en sus siglas en inglés) y las becas Marie Sklodowska-Curie (MSCA), se traslada a la institución que alberga a los seleccionados.

El PM ha impulsado la movilidad de los investigadores fuera de las fronteras nacionales; no hay mejor manera de transmitir conocimiento. Este factor y los proyectos colaborativos han enseñado a los investigadores a trabajar y, por ende, a conocer equipos y culturas científicas distintas y también a aprender de los mejores. Como resultado, ha fomentado el aumento significativo del número de artículos escritos por autores de países distintos, textos que son, en promedio, los que tienen mayor impacto.

El caso de España es paradigmático. Ha pasado de ser un país cuya participación en el PM era inferior a su contribución al Presupuesto de la UE (calculado a partir de población y PIB) a superarla en casi dos puntos. Naturalmente, este dato tiene varias lecturas: que los españoles han aprendido a competir y están entre los mejores, pero también que el número de solicitantes españoles es, a menudo, mucho mayor que el de otros países por la relativa escasez de fondos nacionales.

Las infraestructuras de investigación, sobre todo las grandes, tienen una planificación europea, lo que evita duplicidades y permite una financiación compartida entre varios países y el acceso de científicos extranjeros. Para las más pequeñas y distribuidas se crean redes que comparten información a partir de bases de datos conjuntas y coordinan sus actividades. Además, disfrutan de ventajas fiscales.

El Programa Marco ha impulsado decididamente la política de acceso abierto, tanto al sector público como al privado, a publicaciones y datos de investigaciones.

La creación de asociaciones público-privadas favorece una cooperación, tradicionalmente impregnada de desconfianza mutua, entre la industria y las instituciones públicas de investigación; y lo que no es menos importante, entre empresas competidoras. Es muy significativa la colaboración en el sector farmacéutico, el de la aviación, la energía o el de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).

Un valor intangible que puede tener un gran impacto es el alineamiento de los programas nacionales. El objetivo es crear un Espacio Europeo de Investigación. Eso no supone que los programas nacionales desaparezcan, sino que se coordinen y faciliten la cooperación para abordar retos sociales compartidos por los distintos países mediante agendas comunes de investigación, infraestructuras o incluso cooperación transnacional en proyectos determinados. Del mismo modo, se establecen estándares en metrología, ética, políticas de igualdad de género e incluso en materia de recursos humanos en las universidades y otros centros de investigación.

Por último, el PM tiene programas para intentar cerrar la brecha que existe con los países europeos más rezagados en I+I.

Infrafinanciación

Frente a estos logros hay una serie de retos considerables. El mayor es la infrafinanciación. La tasa de éxito no llega al 14%, lo que supone que hay muchos proyectos de alta calidad que no se financian. Eso es malo para la ciencia y supone también un mal uso de recursos. Cada proyecto implica meses de preparación que pueden resultar estériles si finalmente no recibe fondos. La competición, que es buena en cuantías razonables, deja de serlo con tasas de éxito tan bajas.

Actualmente, se está discutiendo el Presupuesto de la Unión Europea para el próximo periodo 2020/27, que será especialmente difícil por el Brexit al detraer casi un 15% del de la UE y porque pierde al gran defensor de un aumento financiero para el PM. Lo razonable sería un presupuesto mínimo de 100.000 millones de euros.

La innovación sigue siendo un reto de primera magnitud, pero los resultados en la UE son relativamente malos. En efecto, si nos comparamos con el resto del mundo, los resultados de la investigación se trasladan insuficientemente a productos, servicios o políticas.

La ciencia funciona bien centralizada porque cuanto mayor es el pool de investigadores, mayor es la calidad de los seleccionados en competición. Por el contrario, la innovación tiene otras reglas y depende mucho del tejido económico local. Eso dificulta el diseño de una política europea. Existen programas e instrumentos del PM dirigidos a pequeñas y medianas empresas, fomentando la participación del sector privado.

Hay instrumentos que ofrecen préstamos en condiciones ventajosas. En un contexto de bajos tipos de interés, el apetito privado por estos mecanismos es limitado, pero en el futuro la situación puede ser muy distinta. El efecto multiplicador es mucho mayor con préstamos porque con el mismo dinero se financia más actividad de I+I, pero está claro que se restringen mucho los posibles beneficiarios, ya que normalmente los organismos públicos trabajan con subvenciones.

Actuar sobre la demanda, como lo hace la investigación en Defensa, es muy prometedor, pero hasta ahora ha tenido una aplicación limitada. La compra pública innovadora necesita de una fuerte apuesta y compromiso por parte del comprador (normalmente, las administraciones públicas), algo prácticamente inviable en estos años de crisis. Sigue siendo potencialmente un buen instrumento si tenemos en cuenta que la compra pública en la UE ronda el 18%-20% del PIB en la mayoría de los países.

Uno de los mayores déficits en la UE es la falta de capital riesgo en actividades de I+I. El PM creará lo que denomina el fund of funds, que quiere agrupar diversas iniciativas de capital riesgo y en el que la Comisión Europea actúa como honest broker. Sin duda, lo que se precisa -más incluso que el instrumento- es un cambio cultural de todos los actores y, fundamentalmente, de los empresarios e inversores.

Big Data

Uno de los mayores cambios en la investigación de la última década es la gran cantidad de datos que se producen y que son nucleares para el análisis. Eso exige bases de datos interoperables, accesibles a muchos actores, que se mantengan y actualicen periódicamente y durante plazos mucho más largos que los de un proyecto. Paralelamente, hay que formar a personal (entre 700.000 y un millón para Europa) que sepa gestionar estos datos. Hay que tener una política europea para evitar iniciativas individuales que luego no son interoperables, y que contemple la financiación y mantenimiento de las bases de datos con el establecimiento de hubs nacionales o regionales, además de incentivos para los investigadores para que compartan los datos y para formar a los gestores de los mismos.

No quiero terminar esta breve reseña sin una referencia al capital humano, el más importante en I+I. El investigador merece un prestigio socialque hay que reforzar desde los medios y desde las administraciones públicas. A cambio, el investigador debe hacer el esfuerzo de comunicar a la sociedad lo que hace en términos inteligibles y propugnar el debate sobre ciencia y prioridades científicas. Al fin y al cabo, la ciencia y la innovación no son un asunto de especialistas, sino de la sociedad. Sólo cuando los ciudadanos entiendan que la I+I contribuye a resolver sus problemas exigirán los recursos necesarios a los políticos.