"La Iglesia reduce la pederastia a casos aislados cometidos por garbanzos negros. Esto es mentira: era algo estructural, sistémico". Los hermanos Germán Vidal (Barcelona, 1948) y Guzmán Vidal (Barcelona, 1951) fueron alumnos "internos" en el colegio marista Valldemia de Mataró durante los cursos escolares 1962-63 y 1963-64. Ambos han aceptado una entrevista con este diario para dejar claro que los abusos que ahora revelan en el centro del Maresme forman parte de la misma trama de encubrimiento que EL PERIÓDICO destapó en los colegios de Barcelona -el mayor escándalo de pederastia documentado en España: Una cuarentena de denuncias contra una docena de profesores por delitos perpetrados entre 1970 y 2010-. Germán y Vidal denunciarán a dos hermanos religiosos, y elevarán así la cifra de maristas demandados a 14 y ampliarán el radio espacio-temporal de los abusos: no se conocían demandas fuera de Barcelona o Badalona ni tampoco tan antiguas.

Cuando existían los internados, añaden los hermanos Vidal, la impunidad de los pederastas se multiplicaba. Exalumnos internos en los 60 en otro colegio marista, el de Girona, confirman a este diario que los hechos descritos en Mataró por Germán y Guzmán coinciden con la realidad que sufrieron ellos en el centro del casco antiguo gerundense.

Para los alumnos que vivían internados en el Valldemia de Mataró aquello "era una cárcel", un lugar impregnado "del miedo" a sufrir abusos sexuales. Aunque no solo temían ser abusados, subrayan desplazando el foco sobre otro asunto sobre el que, opinan, todavía no se ha reparado: las agresiones físicas "sádicas". "Nuestros padres habían sobrevivido a la Guerra Civil, a una época violenta, y habían normalizado el dar una hostia. Pero lo del colegio era distinto, eran palizas", reflexiona Germán. Su hermano pequeño, Guzmán, le escucha y añade que abusos sexuales y castigos físicos eran expresiones distintas del mismo tipo de maltrato infantil. Aunque no se abordaban de la misma manera en la escuela. "El castigo corporal estaba institucionalizado, entraba dentro de su método educativo. Lo aplicaban arbitrariamente y estaba aceptado por la cúpula. Los abusos, sin embargo, a pesar de ser conocidos, se encubrían. No imagino al director diciendo a los hermanos: entrad a las celdas de los internos y abusad de ellos como os dé la gana. Pero sabían que lo hacían, y los tapaban".

LA SOMBRA EN EL PASILLO

En el colegio Valldemia de Mataró, a comienzos de la década de los 60, pernoctaban unos 200 alumnos. Distribuidos en cuatro secciones distintas -de unas 40 o 50 celdas cada una- vigiladas por un hermano en funciones de prefecto. Las celdas eran habitaciones individuales, diminutas. Se extendían como cámaras adosadas a ambos lados de un pasillo central que cada noche recorría el hermano marista, proyectando la silueta de su sombra a través del vidrio de la puerta sobre la cama de los internos. "Lo que sentíamos era terror", recuerda Germán, "pánico a que se detuviera frente a tu celda. Y entrara".

Los alumnos se acostaban a las 21.30 horas y el prefecto cerraba con un pestillo exterior la puerta, que no se habría hasta las 7.00 horas de la mañana siguiente. A esa hora, los despertaban, iban al baño, se lavaban la cara, se cepillaban los dientes y, en ayunas, iban a rezar. Si la "sombra" se había detenido frente a la puerta de alguno de ellos esa noche, lo mantenían en secreto. El hermano que vigilaba a los chicos de la edad de Guzmán, de 11 y 12 años, se llamaba Eusebio y se apodaba 'Masca' (abreviación de "el más cabrón"). El que convivía con los alumnos como Germán, de 14 y 15 años, era el hermano Saturnino, 'Satur'.

LOS ABUSOS SEXUALES

En la habitación de Guzmán Eusebio entró unas "3 o 4 veces", que recuerde. Se sentaba en la cama y comenzaba a tocarle las piernas, después subía hasta los genitales. 'Satur' entró en la celda de Germán "en muchas ocasiones". Siempre entraban a la misma hora, cuando los alumnos llevaban acostados "una o dos horas" y calculaban que estarían todos dormidos. "Saturnino desprendía un olor nauseabundo, a tabaco y a alcohol, estaba un rato metiéndome mano, excitado mientras yo adoptaba una posición fetal de autoprotección, hasta que se cansaba y se iba. Las noches que pasé en el internado eran casi en estado de vigilia. Estoy convencido de que muchos de mis compañeros sufrieron abusos que fueron mucho más allá", concluye.

Ni Germán le contó nada a Guzmán, ni al revés. "Dormíamos en secciones diferentes. Y él era muy pequeño, no quería asustarle", explica el primero.

LAS AGRESIONES FISICAS

Cuando cursaba segundo de Bachillerato (11 o 12 años), Guzmán fue expulsado del Valldemia. ¿El motivo? Junto a un amigo, se coló en la cámara del hermano Eusebio para comprobar si era cierto que había sido este quien había robado a los internos objetos personales desaparecidos misteriosamente: guantes, bufandas, un transistor o un ejemplar del libro de Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe. Guzmán y su amigo descubrieron que efectivamente el hermano Eusebio era el ladrón. Pero alguien les descubrió a ellos entrando en su celda y se chivó.

"Prepárense, porque les voy a hacer daño". Eusebio no mentía. Les dio dio a cada uno un puñetazo en la cara que los levantó del suelo. Guzmán perdió el conocimiento durante algunos segundos. Tras golpearlos, los dejó castigados toda la noche, de pie, frente a la puerta de su habitación. A la mañana siguiente les comunicaron que habían sido expulsados.

"Tengo grabadas en la cabeza algunas palizas salvajes", recuerda Germán. "De profesores desmontando críos a hostias. Dándoles patadas cuando ya estaban en el suelo, dejándoles en estado de semiinconsciencia", subraya. De la pederastia se empieza a hablar poco a poco. "Pero algunos de los golpes que recibíamos eran tan graves como los abusos sexuales", razonan los dos hermanos. "Dentro de los internados estábamos a su merced y ellos, esgrimiendo una impunidad total, lo aprovechaban para hacer con nosotros lo que querían", lamentan.

Guzmán y Germán presentarán una denuncia en los Mossos d'Esquadra, que ya les han dado cita para la próxima semana. Lo harán para que nadie cuestione el testimonio que revelan ahora. Y a pesar de que son conscientes de que sus demandas quedarán archivadas por la prescripción de los delitos -Guzmán es abogado-. En realidad, la práctica totalidad de aquellas 43 denuncias del 2016 contra docentes maristas quedaron archivadas. Solo uno de los profesores, Joaquim Benítez, el primer docente denunciado por Manuel Barbero, llegará a sentará en el banquillo de los acusados. Lo hará este próximo lunes 25 de marzo.

Cuando existían los internados, añaden los hermanos Vidal, la impunidad de los pederastas se multiplicaba. Exalumnos internos en los 60 en otro colegio marista, el de Girona, confirman a este diario que los hechos descritos por Germán y Guzmán coinciden con la realidad que sufrieron ellos. Para los alumnos que vivían internados en el Valldemia de Mataró aquello era una cárcel, un lugar impregnado del miedo a sufrir abusos sexuales. Pero no solo a sufrir abusos, subrayan desplazando el foco sobre otro asunto sobre el que, opinan, todavía no se ha reparado: las agresiones físicas sádicas. Nuestros padres habían sobrevivido a la Guerra Civil, a una época violenta, y habían normalizado el dar una hostia. Pero lo del colegio era distinto, eran palizas, reflexiona Germán. Su hermano pequeño, Guzmán, le escucha y matiza que abusos sexuales y castigos físicos eran expresiones distintas del mismo tipo de maltrato infantil. Aunque no se abordaban de la misma manera en la escuela.