Sentirse quemado por el entorno laboral podría considerarse a partir de ahora como un síndrome que afecta a los trabajadores. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha aprobado la inclusión de este problema, también conocido como burnout, dentro de su nueva Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). Esta decisión, con la que se reconoce la existencia de un problema relacionado con las condiciones de trabajo estresantes, ha abierto el debate entre los profesionales de la salud, algunos de los cuales se muestran escépticos con la definición y clasificación de este fenómeno.

La OMS define el síndrome de desgaste ocupacional como aquel producido por un «estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito». Este trastorno, que no enfermedad mental, se caracteriza por tres aspectos: sentimientos de falta de energía o agotamiento; aumento de la distancia mental con respecto al trabajo o sentimientos negativos o cínicos con respecto al trabajo; y eficacia profesional reducida. Las autoridades sanitarias insisten en que el agotamiento laboral es un fenómeno reportado por los trabajadores, pero no una condición médica en sí.

CRITERIOS EN DUDA / La recién presentada definición de burnout despierta recelo entre los expertos. El psicólogo y divulgador científico Ramón Nogueras, por ejemplo, se muestra crítico ante la catalogación de este problema social como un síndrome: «Estamos convirtiendo en un trastorno mental el hecho de que tu jefe sea un cabrón y tu trabajo sea una mierda. Esto no hace más que desplazar la responsabilidad sobre el individuo, diciéndole que es él quien tiene un problema por no saber manejar la situación».

En esta misma línea, Eparquio Delgado, también profesional de la Psicología, añade: «Si señalamos el agotamiento laboral como un problema social, la solución no es ponerle la etiqueta de trastorno sino actuar directamente sobre el entorno que está causando malestar».

Más allá de sus implicaciones sociales, la inclusión del burnout dentro del cajón de sastre de los síndromes y trastornos mentales también está siendo criticada por la falta de criterios sólidos que permitan reconocer y delimitar el problema. Este síndrome, descrito por primera vez en la década de los 70, debuta ahora en el panorama científico sin una fisiopatología clara. Es decir, sin una causa biológica que logre explicar el porqué de la enfermedad.

«Los médicos solo pueden diagnosticar aquello que está tipificado en manuales como el de la OMS. Hasta ahora, un paciente con síntomas de agotamiento laboral se encajaba en un diagnóstico ansioso o depresivo», explica Daniel Orts, médico preventivista y divulgador científico. «A partir del 2022, cuando el CIE-11 entre en vigor, la pregunta a plantear será qué se hace con estos pacientes diagnosticados con ‘burnout’. Estamos ante un problema de origen laboral que conlleva una afectación emocional y psicológica con sus respectivas consecuencias físicas. ¿Deberemos derivar a los pacientes a psiquiatría o reclamar una reforma laboral?», reflexiona Orts.

Las voces más críticas con este concepto argumentan que interpretar el agotamiento laboral como una anomalía podría ser en sí mismo un error. «En tiempos de exacerbada precarización la sintomatología atribuida al burnout deberíamos entenderla como algo lógico y casi contingente. De hecho, en casos de una sobrecarga laboral tan excesiva lo extraño sería no reaccionar así», comentan Lázaro Santano y Merche García-Jiménez, psicólogos responsables del proyecto crítico Diagnóstico Cultura. «El agotamiento laboral no solo es consecuencia de unas condiciones laborales pésimas sino también de un sistema donde los pilares del Estado del bienestar han sido sacrificados y la precariedad ha pasado de ser una condición vital normalizada», añaden.

Ahora, los profesionales de la salud mental reclaman ir un paso más allá. «Reconocer oficialmente el burnout podría abrir las puertas a mejoras laborales pero también podría llevarnos a otros escenarios. Es el caso, por ejemplo, de los crecientes intentos de medicalizar la gestión del estrés o la proliferación de cursos de motivación en los que se les diga a los trabajadores que los únicos responsables de gestionar su carga laboral son ellos y su actitud», comenta Delgado. «El agotamiento laboral no se soluciona yendo al psicólogo y la precariedad no se trata con ansiolíticos y antidepresivos. La única salida es reclamar los derechos laborales y reivindicar que hay vida más allá del trabajo», zanja Nogueras.