En la zona Clarion-Clippertone, en medio del Pacífico, se llevan a cabo desde hace años los primeros ensayos de minería del mar profundo. El fondo oceánico está sembrado de nódulos metálicos ricos de substancias escasas en superficie, por ejemplo, el indio necesario para las pantallas táctiles de los móviles.

"La minería submarina se hace con unos buldócer grandes como un edificio, que aran el fondo del mar y dejan un desierto: el área afectada de la zona Clarion-Clipperton sigue siendo un desierto a fecha de hoy", afirma Roberto Danovaro, investigador de la Estación Zoológica Anton Dohrn de Nápoles, que visitó Barcelona la semana pasada en un encuentro del proyecto Merces, un intento de los científicos de hacer luz en un asunto oscuro: qué hay en el mar profundo -un espacio del cual se sabe muy poco- y cómo le está afectando la explotación.

En septiembre, la asamblea de Naciones Unidas empezará una revisión de la Convención sobre la Ley del Mar, para modificarla o incluso redactar un nuevo tratado, adecuado a proteger los abismos ante las nuevas formas de extracción de sus recursos

PESCA, HIDROCARBUROS Y MINERÍA

"Hay una tendencia global de incremento de la profundida en la explotación de recursos", afirma Jacopo Aguzzi, investigador del Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC) y miembro de Merces. “El 90% del pescado ya se pesca por debajo de los 200 metros de profundidad”, afirma Danovaro. Esa cota marca el inicio de lo que se considera el mar profundo (el 65% de la superficie terrestre), aunque ya se pesca hasta 1000 metros debajo de la superficie.

"Se prevé que en el 2050 la mitad de los hidrocarburos mundiales se saquen debajo de los mil metros", añade Danovaro. No sólo se extrae petróleo perforando el fondo del mar, sino que se obtiene gas capturando los cúmulos de metano congelado por las altas presiones y bajas temperaturas de los abismos (“se parece a nieve”, explica Aguzzi).

"Algunas minerías terrestres se están agotando: estamos asistiendo a una especie de fiebre del oro con los nódulos polimetálicos", sigue Danovaro. Esas bolas ricas de metales raros se forman en el fondo marino, a la salida de las chimeneas submarinas que arrastran esos materiales desde el subsuelo. La empresa canadiense Nautilus, por ejemplo, los ha extraído en Papúa Nueva Guinea.

SEÑALES DE ALARMA

Ante esta plétora de actividades no faltan las señales de alarma. La pesca de arrastre en las ladera de los montes submarinos de Nueva Zelanda ha diezmado un pez llamado reloj anaranjado. En varias zonas del mundo, los tiburones se están resitiendo: una señal de que algo pasa en la cadena trófica, al vértice de la cual se encuentran.

El proyecto Census of Marine Life, activo en el golfo de México cuando se produjo el chapapote del DeepWater Horizon ha permitido medir en directo los estragos ecológicos de ese accidente.

"En cuanto a la minería, estimamos que restaurar 600 metros cuadrados de fondo marino objeto de extracción cuesta casi 5 millones de dólares: es decir, tan pronto como un buldócer empieza a moverse, ya está haciendo daños por millones de dólares", afirma Danovaro.

ROBOTS DE EXPLORACIÓN

"Antes de explotar, habría que conocer el estado prístino de esos ecosistemas", afirma Aguzzi. Expertos de Merces y otros proyectos están trabajando para superar el enfoque actual, basado en sacar muestras puntuales desde barcos. "Queremos diseñar máquinas capaces de hacer un monitoreo ecológico holístico", explica Aguzzi. Se trata de robots-orugas capaces de desplazarse en el fondo o de vehículos autónomos que exploren toda la columna de agua.

En el mar delante de Vilanova i La Geltrú ya opera el observatorio cableado Obsea, parte de la Red Emso. Ahora, los investigadores del ICM pretenden explotar tambén un prototipo de oruga y un vehículo autónomo. También pretenden desarrollar dispositivos miniaturizados que permitan monitorear especies pequeñas, como la cigala.

"Trabajar en agua salada a gran profundidad es un reto. Por esto organizaciones como la NASA se están interesando para este asunto. La idea es enviar unidades de este tipo a satélites como Enceladus o Europa que se cree que tienen océanos subterráneos", explica Aguzzi.