La sublevación militar de julio de 1936 dividió a Extremadura en dos: la provincia de Cáceres fue controlada en su práctica totalidad y en pocos días por los sublevados, mientras que la de Badajoz permaneció en poder de la República. Evolución, pues, distinta en los dos espacios territoriales que conforman la realidad geográfica extremeña que, salvando las lógicas distancias, era un reflejo de lo sucedido en el país, con una España partida en dos tras el golpe de estado protagonizado por un grupo de mandos del ejército, que tras su fracaso originó, fatídicamente, un enfrentamiento armado entre españoles de casi tres años de duración.

Esa es una primera fotografía de lo sucedido, entrando en detalles podemos apreciar que lo ocurrido hace ochenta años, es decir la insurrección que se inició en la tarde del 17 de julio de 1936 en Melilla, generó inquietud entre la población informada que en Extremadura eran los menos. Las noticias fueron llegando a cuentagotas y siempre bajo el tamiz del filtro de la censura que el Gobierno de la República había impuesto en los medios de comunicación. Los sediciosos esperaban órdenes superiores para sublevarse pero éstas no llegaron a lo largo de la tensa jornada del 18 y sí en la madrugada del día siguiente.

En Badajoz resultó determinante la actitud de su jefe militar, el general Luis Castelló, que se mostró ferviente defensor del orden constituido. Fidelidad a la República secundada por el resto de mandos entre los que destacaban el jefe del Regimiento Castilla, coronel José Cantero; el de la Guardia Civil, comandante José Vega Cornejo, y el de Carabineros, teniente coronel Antonio Pastor Palacios. Estaban con la legalidad constitucional y cursaron instrucciones para que fuera respetada, comportamiento que resultó determinante para que la población civil se organizara con vistas a defender los principios democráticos representados por la Segunda República.

Así, salvo la fallida insurrección en Villanueva de la Serena protagonizada por guardias civiles y falangistas, el resto de la provincia pacense se mantuvo fiel al ejecutivo republicano. Situación que se prolongó hasta que iniciado el mes de agosto de 1936 la incursión del franquista ejército de Africa por su territorio, en su avance hacia Madrid, determinó la ocupación de muchos de sus pueblos. Operaciones que tuvieron su acontecimiento más relevante en la toma de su capital provincial, a sangre y fuego, en la jornada del 14 de agosto.

Y si eso sucedía en tierras pacenses, en la evolución de los acontecimientos en Cáceres, como ya hemos indicado, fue muy distinta. A primeras horas de la mañana del 19 de julio recibieron los conspiradores desde Valladolid, cabecera de la División a la que pertenecía en el orden militar la provincia, la orden para llevar adelante la sublevación, siendo una de las decisiones más importante que tuvieron que tomar sus cabecillas poner al corriente de las maniobras sediciosas al jefe del Regimiento Argel, coronel Alvarez Díaz. Este dio su conformidad y firmó el bando que declaraba el estado de guerra en la capital y provincia cacereña.

A partir de entonces no había marcha atrás y los hechos se precipitaron de forma inexorable. Los militares marcaron el ritmo con la inestimable ayuda de guardias civiles y falangistas que ocuparon los puntos neurálgicos de la capital cacereña sin apenas oposición. La ciudad era controlada en esa misma jornada y se procedía a los nombramientos de los nuevos responsables de los organismos públicos más representativos: el comandante Fernando Vázquez Ramos como gobernador civil y el coronel de infantería Carlos Montemayor Krauel como presidente de la diputación. También relevo en la alcaldía de la que fue destituido el socialista Antonio Canales y nombrado en su sustitución el derechista Manuel Plasencia Fernández. Horas después se procedía a controlar el resto de la provincia que solo planteó cierta oposición en la comarca del Arañuelo.

Hasta aquí esta sucinta radiografía de lo sucedido en tierras extremeñas hace ya ocho décadas. Unos acontecimientos que constituyeron la antesala de una guerra civil fratricida, que por sus consecuencias dejó una huella indeleble en la sociedad española. Hora es de recordar sus inicios desde la distancia que ofrece el tiempo transcurrido y de tratar de saber lo sucedido. Un hecho más de nuestra historia que con sus luces y sombras todos debemos conocer aunque solo sea para que nunca más vuelva a repetirse tamaño despropósito.