TMti hijo y siete de sus colegas se fueron el pasado fin de semana al festival Rock in Rio de Lisboa. Convencieron a uno de la peña para que los llevara en su furgoneta y regresaron en el novelesco Lusitania Exprés. No eran los únicos extremeños: en la cola de El Corte Inglés lisboeta, mientras sacaban las entradas, los rockeros de la tierra eran mayoría. Mi hijo asegura haber flipado durante los conciertos de Sepultura, Slipknot, Incubus y Metallica. Le asombró el ambiente nacionalista portugués, con todos los grupos poniéndose durante la actuación la camiseta de la selección lusa y con 80.000 rockeros gritando a coro Purtugal, Purtugal, Purtugal . Durante los conciertos, ondeaban decenas de banderas portuguesas. Sólo ondeó una española durante la actuación de Metallica: la de la II República. Somos un país sin cultura de selección, de bandera, de himno... Sin símbolos colectivos.

Para un padre que lucha denodadamente contra el complejo de Peter Pan, lo más duro de estas excursiones filiales no es la narración de los conciertos, sino cuando mi hijo me cuenta que después se fueron a dormir al aeropuerto y que a la mañana siguiente, cogieron el ferry a Calcilhas, el autobús a la costa de Caparica y alquilaron unas habitaciones en una pensión a la orilla del mar. Los ocho cacereños y cacereñas durmieron la siesta en la playa, pasaron la noche en la arena, soñando futuros mientras la luna llena rielaba en el mar, y se fueron a dormir al amanecer. Y uno, qué quieren, se muere de envidia y de madurez.

*Periodista