La muerte de Alberto Sordi, ocurrida el lunes por la noche, ha dejado a los italianos huérfanos del personaje que mejor supo interpretar las cualidades y defectos de la pequeña burguesía nacional. El actor, de 82 años, católico practicante y solterón empedernido, murió serenamente dando la mano a su hermana Amelia, fiel compañera de toda su vida, en la villa que se levanta cerca de las Termas de Caracalla, en Roma.

El funeral tendrá lugar mañana, en la basílica de San Juan de Letrán. Hasta mañana, todos los romanos podrán saludar por última vez a Alberto Sordi en el Capitolio, sede del ayuntamiento, adonde fue transportado su ataúd ayer por la tarde.

El actor no salía de casa desde hacía tres meses por problemas de movilidad. Según sus agentes, murió a consecuencia de las complicaciones surgidas tras una bronquitis. "Yo sólo sabía hablar como habla la gente y no como un actor, y estaba destinado a un tipo determinado de cine", decía de sí mismo Sordi, que protagonizó más de 150 películas y dirigió más de 20.

"Sordi ha representado los sentimientos de los italianos en los momentos más difíciles y más duros", recordó ayer el jefe del Estado, Carlo Azeglio Ciampi.

El director Mario Monicelli lo definió como "un personaje que ha hecho reírse de sí mismos a todos los italianos".

"La muerte de Alberto es uno de los sucesos más tristes que me han sucedido en la vida", subrayó Sofía Loren.

El premio Nobel Dario Fo alabó su "coraje" al interpretar "personajes incómodos, moral y civilmente ambiguos, ásperos con frecuencia, de los que él conseguía extraer una lección".