charco de sangre: se había disparado al corazón.

Bregar con el frenesí

Las mujeres de los dictadores no son siempre víctimas débiles. Las hay fuertes, manipuladoras y tan crueles como Jiang Qing, cuarta esposa de Mao y uno de los cerebros de la llamada Revolución Cultural, la campaña de liquidación sistemática de cuadros comunistas e intelectuales acusados de traicionar los ideales revolucionarios. Jiang Qing había sido una actriz mediocre a la que, sin embargo, sobraban paciencia y cerebro para desplazar las piezas con sabia estrategia sobre el tablero de la política. Supo trepar y destruir enemigos. Ella hacía y deshacía; podía ordenar que un avión se desplazara de Pekín a Cantón para traerle una chaqueta que le apetecía ponerse, pero le tocó bregar con el frenesí sexual de Mao. Al Gran Timonel le gustaban sobre todo las enfermeras jóvenes y las bailarinas; llegaron a montarle una compañía especial para que se aprovisionara a placer, aunque, desde luego, había que tener estómago para compartir la cama con Mao: jamás se cepillaba los dientes. Cuando su médico observó que tampoco se lavaba los genitales, el dirigente chino le replicó: ±Me limpio en el cuerpo de las mujeresO.

Tampoco Elena Ceaucescu se quedó atrás en cuanto a capacidad maquinadora. Inculta, apenas instruida, entregó en 1975 una tesis doctoral titulada La polimerización estereoespecífica del isopreno en la estabilización de los cauchos sintéticos; no le hizo falta ni defenderla. El matrimonio Ceaucescu se quería de forma desesperada, casi con dependencia; no habrían sido nada el uno sin el otro. El capítulo que se les dedica arranca con una imagen simbólica de la relación que mantenían: cuando los detienen para ejecutarlos, Elena lleva un sobre en cuyo interior no se esconden ni los números de las cuentas secretas en Suiza ni la lista de traidores. ¿Qué contenía? La última inyección de insulina para el Conducator.

La edición española de Femmes de dictateur (Les Editions Pérrin) contiene un colofón, a cargo del jurista y escritor Eduardo Soto-Trillo, dedicado a Carmen Polo, una niña bien, tímida y de misa diaria, a quien Franco conoció en 1917 durante una romería cerca de Oviedo. El Comandantín, recién ascendido al cargo por méritos de guerra, reparó en ella cuando paseaba con un grupo de amigas.

Por su estricto sentido de la educación, la esposa del Caudillo nunca soportó a los militares "fanfarrones" e "histriónicos" de la etapa africanista, a quienes Franco aguantó hasta que le fueron necesarios. Llevaron ambos una vida de inspiración castrense en El Pardo y engendraron una única hija, Carmencita, Nenuca .

A doña Carmen le gustaban tanto las antigüedades y las joyas, acudía tan a menudo a establecimientos para mirar, regatear y hacer cambalaches, que con frecuencia los propietarios le hacían regalos porque les convenía. Se extendió el rumor falso de facturas sin pagar, de obsequios forzados, de tiendas que echaban el cerrojo cuando se aproximaba la "urraca" para evitar el expolio. "Así se crea el mito de la Collares, una desalmada engalanada de perlas que se vale de la alta posición de su marido para pingües negocios".

¿Conspiración?

Tras el asesinato del almirante Carrero Blanco, también se propagó el rumor de que Carmen Polo había conspirado para colocar en la presidencia a Carlos Arias Navarro, viejo experto en el aparato represivo del Estado. No fue cierto: la Señora realmente nunca fue lady Macbeth. Falleció en en el año 1988 y está enterrada, sola, en el cementerio de El Pardo, en Madrid.