Scarlett Johansson subasta una cena íntima por Haití. George Clooney organiza un telemaratón cuajado de estrellas en el que se recaudan 40 millones de euros. También por Haití. Britney Spears, por Haití, pone en venta el vestido con el que vivió su epifanía como artista en los Grammy del año pasado. Barbra Steisand, Celine Dion, Miley Cirus y otros 70 cantantes y actores vuelven a grabar We are the world . Angelina Jolie y Brad Pitt donan un millón de euros a Médicos Sin Fronteras. Las mismas oficinas de prensa que puntualmente detallan los movimientos bancarios de las estrellas también informan de que Sean Penn ha llegado a Puerto Príncipe con 1.000 litros de agua y la intención de supervisar su distribución, y que John Travolta se ha puesto a los mandos de su Boeing 707 y ha aterrizado con seis toneladas de raciones militares de comida, suministros médicos.

Este parte da cuenta de la fabulosa movilización de celebridades y particulares, pero también podría da carburante al género periodístico del despelleja-famosos, el que habla de los hijos adoptados de las celebridades como de "los accesorios de la temporada" y que ha arrancado réplicas dolidas desde las oenegés. "Ellos --la prensa--no se pueden imaginar que las personas a las que deshumanizan realmente se ocupan. Ellos crean el monstruo y nosotros, el mundo de la solidaridad, estamos obligados a servirnos de él", dijo en una ocasión Leigh Blake, de AIDS Keep a Child.

Sin embargo, algo chirría en esta relación a la vez golosa y envenenenada que une a humanitarios, famosos y periodistas. En el foro de Davos, Kofi Annan, el secretario general de la ONU con más sentido del showbusiness que ha habido, llegó a inaugurar "la era en la que las estrellas del deporte y el espectáculo" se convertían en los "nuevos actores internacionales". Eran tiempos en los que, frivolizando, se podría decir que Bono iba de desastre humanitario en desastre humanitario en su jet privado. Sin embargo, en este tiempo, a la proclamación de Annan le han salido muchos peros. El más sonoro ha llegado desde el Financial Times, firmado por Michael Fullilove, director del programa para problemas globales del Lowy Institute for Internacional Policy de Sídney: "Hay tantas estrellas comprometidas que la gente no presta atención a la causa con la que se identifican. Es más, pueden exponer a la organización al ridículo por su falta de experiencia en el tema y por la brecha entre su nivel de vida y la de aquellos a quienes rescatan".

Los departamentos de comunicación de las oenegés --tan profesionalizados como los de una empresa pues de ellos depende que se expliquen al mundo y recauden fondos-- son conscientes de que se debe ir "con pies de plomo" Quien habla es María Sánchez Contador, responsable del área de Identidad e Imagen de Intermón Oxfam. Según ella, es cierto que, de tanto exprimir la palabra solidaridad en fiestas, calendarios, productos que destinan un euro a causas benéficas, telemaratones, discos, conciertos y lavados de imagen de empresas y artistas redimidos, se corre el peligro de que acabe hueca de contenido.

Y también es cierto, admite, que los shows montados con el telón de fondo de los 200.000 muertos de Haití pueden generar dudas. "Pero deben servir para llegar a más gente y pellizcar conciencias, que se sepa por qué el 80% de los habitantes de Haití son pobres y qué injusticias se han dado para que así sea, por qué es tan necesaria, por ejemplo, la condonación de la deuda o cambiar las estructuras del mercado. La miseria no cae del cielo", recuerda. Intermón, añade, no pone su imagen corporativa en manos de una celebridad, sino que elige con cuentagotas a los "líderes de la cultura o el deporte" que pueden ser altavoz de alguno de sus proyectos: trabajan a medio plazo con personalidades "con preocupación social" y, en ocasiones, les imparten algún tipo de formación.

Médicos Sin Fronteras (MSF), por su parte, limita su relación con los nombres de largo alcance a "proyectos concretos de sensibilización o comunicación". Por ejemplo, la película Invisibles, en la que distintas personalidades del cine encabezadas por Javier Bardem ayudaron a difundir con sus propias palabras crisis olvidadas como las de la República Democrática del Congo, Uganda y Colombia, o la enfermedad del sueño o el chagas. Al margen de eso, explican en MSF, los portavoces autorizados de la organización son sus trabajadores.

En este sentido, Jordi Raich --que lleva desde 1986 trabajando como cooperante y es autor del libro El espejismo humanitario , en el que mantiene que la solidaridad se ha convertido en un "producto de consumo comercializado por numerosas firmas especializadas"-- asegura que hay dos peligros en la "relación simbiótica" entre famosos y oenegés. Una es que los artistas suplanten a los expertos como analistas de hambrunas o refugiados. Y la segunda es la distorsión, cuando la visita de una artista a un campo de refugiados se ventila luego en la prensa con una fugaz crónica sobre su estilismo de aventurera.

Es verdad que cuando Angelina Jolie visitó el Fòrum-2004 como voz de Acnur, las miradas se centraron en los centímetros de la obertura de la falda, extremo del que la agencia era consciente, habiéndola elegido a ella precisamente como imagen. Pero también lo es que la princesa Diana, con toda la risa que provocaban su flequillo, sus amigos diseñadores y su mirarse la punta de los zapatos, se puso al establishment en contra por pedir la erradicación de las minas antipersona. Y ganó la partida.