TPtara mi sorpresa, he recibido vía internet un archivo de presentaciones multimedia sobre un tema siempre de actualidad que lleva el título de: Compartiendo la tierra prometida. Un intento de análisis equilibrado del conflicto israelí-palestino . Es eso precisamente lo que me sorprende (gratamente): que aún queden personas que intenten hacer un análisis equilibrado de este conflicto. Lo que fascina hoy día, lo que les hace a tantos sentirse realizados, es representar desde la poltrona del hogar el papel de intelectual comprometido (aunque no sean intelectuales y su presunto compromiso incite al vómito ajeno), una gesta que se traduce en apoyar con vehemencia una de las dos causas. Solo una. Esto es precisamente lo que no hacen los autores de este vídeo, que apuestan por la legitimidad de los argumentos históricos esgrimidos por ambos bandos a la hora de reclamar para sí el territorio de la discordia.

Su tesis, que entiendo afín al breve e imprescindible ensayo de Amos Oz , Contra el fanatismo , es la necesidad de que ambos pueblos tengan su propio estado, como propuso el Tratado de Oslo. Y para llegar al entendimiento han de ser las propias partes quienes combatan la intolerancia desde dentro. ¿Por qué será que todo esto, tan razonable, suena a utópico, a discurso barato? Quizá porque un mundo fanático como el nuestro se ha acostumbrado a un espectáculo (de odio y asesinatos, pero espectáculo al fin y al cabo) del que no quieren prescindir aquellos que están más con la nacionalidades que con el sufrimiento humano.

Debemos condenar a ambos bandos mientras no hagan una apuesta real por lograr la paz.