El enjambre que congrega la competición náutica tuvo ayer varios motivos para revolotear feliz del pantalán a la lancha y de la lancha al pantalán. Primero, Juan Carlos, después de quedarse el lunes en tierra por el luto decretado tras la muerte de su amigo, el rey Fahd, apareció en el Náutico de Palma para tomar parte de la segunda regata del trofeo que lleva su nombre a bordo del Bribón. Y, segundo, Felipe y Letizia pasearon su amor a bordo de la lancha Somni.

El Rey tiene previsto viajar los próximos días a Arabia Saudí para expresar su dolor por el fallecimiento del soberano a sus herederos. Pero mientras espera la hora de salir rumbo a Riad, Juan Carlos quiso sumarse a la competición en aguas mallorquinas por su amistad con la familia Puig y el compromiso adquirido con la tripulación del Bribón.

Cuando Juan Carlos accedió a las instalaciones del Club Náutico irrumpió el vehículo del Príncipe. "Ahí llega Letizia", fue la exclamación casi unánime de los presentes. Las apariciones de la Princesa con su embarazo de casi seis meses son las más cotizadas en este verano mallorquín. Quizá, por lo poco que se está prodigando, pero también porque la isla de la calma está más calmada que nunca.

La visión se trató en realidad de un espejismo provocado por los cristales tintados del Audi. El caso es que Felipe apareció solo, con las bermudas y un polo azul reglamentario, para saludar a los organizadores del campeonato y a sus compañeros del CAM, la embarcación con la que ganó hace dos semanas la primera regata de la temporada y con la que no se echará al mar en esta edición.

La aparición más esperada, sin embargo, estaba a punto de llegar. Una vez embarcados los tripulantes y los reporteros que siguen cada una de las pruebas de la competición se produjo el avistamiento en alta mar. Letizia, acompañada por Felipe, seguía el accidentado inicio de la regata a bordo de la lancha Somni, una de las dos embarcaciones que la familia real utiliza en sus desplazamientos por Mallorca (la otra es el Fortuna, con el que realizan excursiones más largas).

La Princesa, haciendo honor a sus orígenes celtas, desafió al mareo, se caló una visera blanca, se peinó una cola de caballo y, esta vez sí, se vistió con un polo de regatista.

Letizia aguantó entre estoica y feliz durante horas el vaivén que el mar deparó a la embarcación pilotada por el Príncipe. De esta manera, Felipe podía cumplir con sus dos propósitos veraniegos: pasar más tiempo con su esposa y seguir de cerca la regata, pero con la libertad de estar apartado de la competición. Desde la Somni, el príncipe de Asturias saludó a sus compañeros del CAM, la embarcación que patronea, y dio algunas indicaciones a los tripulantes.

Al fin, se cumplió la liturgia que cada año convierte la bahía de Palma en el lugar con más pedigrí real del Mediterráneo y las cámaras pudieron llevarse a las redacciones la estampa del amor marino de los futuros reyes.