Más allá de sus aciertos y sus errores, Guillermo Fernández Vara , guiado quizá por el espejo retrovisor de su propio pasado político (fue militante de la extinta AP), ha sabido sortear los discursos vacuos de la progresía más dogmática e ingenua y las actitudes rancias y antipáticas de la derechona, acostumbrada a matar moscas a cañonazos. El resultado de la ecuación es un hombre que, al contrario de muchos miembros de su partido y de los de la oposición a nivel nacional, no sermonea sobre las victorias morales y prácticas de las izquierdas y las derechas, sobre buenos y malos, sino que habla de medidas que tomar, de consensos, de mejoras. Paradójicamente, habla menos de talante que su jefe de filas, pero lo practica más.

Nuestro presidente es el hombre tranquilo de John Ford , aquel exboxeador de regreso en su ciudad natal tras hacer las Américas: dialogante, con pacíficos puños de acero y, como reza el título de la película: tranquilo. Médico de profesión, tiene una misión declarada --aunque dichas con otras palabras--: la de extirparle con bisturí a nuestra región su ancestral atraso económico, social y cultural, un atraso que viene durando desde que Extremadura tiene uso de razón.

Rara avis en extinción en el panorama político de este país --y yo diría que de todos los países del mundo--, Fernández Vara, aplicado gestor y ajeno a polémicas gratuitas (con permiso del nacionalista Joan Laporta ), es quizá --por decirlo en clave-- el menos político de nuestros políticos, algo muy de agradecer entre quienes pensamos que un político está para trabajar por los intereses del ciudadano, y no a la inversa.