THtace año y medio, me hicieron uno de los encargos que más me han ilusionado. El escritor Alvaro Valverde me pidió que le presentara un libro y me encantó hacerlo como me encantan todas las novedades. Al acabar el acto, fuimos a tomar una cerveza con un señor delgado que hablaba poco, pero con mucho sentido, y que me gustó como me suelen gustar casi todas las personas calladas, quizá porque asocio el silencio con la inteligencia. Recuerdo que también había por allí otras personas calladitas como Pilar Galán o Julián Rodríguez.

Al cabo de un rato, descubrí que el señor delgado se llamaba Fernando Pérez y era director de la Editora Regional. La verdad es que no parecía director de nada o, cuando menos, no iba de director de nada. Aunque no lo conocía, lo tenía en alta estima porque me gustaba cómo editaba los libros, me parecía que no se dejaba llevar por el compadreo y, además, procuraba que los libros que editaba se vendieran, algo raro en las editoras institucionales. Hablamos poco, pero yo creo que no nos caímos mal porque desde entonces nos saludábamos sonriéndonos. Me confesó que él era un auténtico cacereño DKW. Es decir, no un DTV (de toda la vida), sino un cacereño de los que llegaban de los pueblos en la furgoneta DKW y encontraban en Cáceres su ciudad de acogida. Ahora vuelvo de vacaciones y me entero de que ya no nos podremos saludar sonriéndonos. A mí me gustaba Fernando Pérez porque no iba de nada, porque era calladito, porque se ha ido sin ruido y nos ha dejado el silencio.