El diestro extremeño Antonio Ferrera dio su mejor versión, ayer en Zaragoza, al cortar una oreja de peso al único toro bravo de una corrida de toros de Antonio Bañuelos, que en el otro extremo, echó al traste con las posibilidades tanto de José Luis Moreno como de Diego Urdiales.

Hubo un emocionante minuto de silencio en los prolegómenos para recordar la figura de un torero de suma pureza, y exigente crítico sin perder el sentido de la justicia, el maestro Juan Posada. Su ejemplo en el ruedo y su doctrina en la profesión periodística son ya imborrables.

Ferrera, con el lote menos malo, cumplió una actuación muy sincera. Especialmente vibrante en banderillas, tanto en los preparativos como en la ejecución y salidas de las suertes, con quiebros y requiebros, carreras y saltos, y teniendo en cuenta que clavó siempre en la cara y ajustado. Su primera faena fue rápida, conforme a las exigencias del toro, que se movía como una exhalación. Pero no hubo prisas aunque parezca paradójico. Incluso a la velocidad que llevaba el toro se puede hablar de temple.

Fue un toreo vistoso, alegre, limpio y sin enganchones. Muy de verdad. La muerte fue espectacular. Y la oreja de ley. Con el quinto estuvo por un momento Ferrera en el umbral de la Puerta Grande. Otra faena en ese estilo de querer mucho, rapidito pero dejando poso, lo que se dice "llegando" mucho al tendido.