TCtarlos Floriano acudió a ver a Cañizares pensando que una palabra suya bastaría para sanarle y ha acabado siendo acusado sutilmente de estúpido por el arzobispo. Con la iglesia hemos topado, amigo Carlos, y la iglesia es la vara para medir la capacidad de aguante, negociación, sutileza y florentinismo imprescindibles en un político. Carlos Floriano acudió a Toledo creyendo que volvería con soluciones en perspectiva para el asunto de Guadalupe y al final ha sido puesto en solfa por un arzobispo con el que sólo sales bien parado si eres maestro en el arte de la insinuación y diestro en la administración de los silencios.

Después de este encontronazo sorprendente entre Floriano y Cañizares, nos hemos quedado como estábamos. O sea, que lo de Guadalupe está muy verde, que a Floriano aún le falta un hervor jesuítico y que Cañizares sigue siendo un monseñor algo soberbio que debería tratar a los débiles con algo más de caridad. Los socialistas mantuvieron un almuerzo tenso con Cañizares en Guadalupe el 8 de septiembre del 2003, pero supieron callarse porque en estos temas eclesiásticos, Ibarra sabe que siendo dueño de sus silencios cuenta con más margen de maniobra. Floriano ha charlado más distendidamente con el arzobispo que, dice el diario La Razón , va a sustituir al Papa Ratzinger al frente del Santo Oficio, pero ha contado la conversación y se ha convertido en esclavo de sus palabras. Y en medio, Guadalupe. ¿Qué tendrán las vírgenes extremeñas para influir tanto en política?