Tienen miedo, hambre y frío. Abdolulaye e Ibrahima, dos jóvenes de Mali, llevan días vagando por los campos de Huelva. Buscan trabajo en la recogida de la fresa, el oro rojo, el negocio que ha hecho millonarios a muchos agricultores onubenses. Pero lo único que han obtenido hasta ahora es desprecio.

"Los negros están por ahí, escondidos en los pinares", es la parca indicación de un lugareño cuando se le pregunta por los campamentos de sin papeles. No hay asentamientos masivos, como el año pasado, pero según la ONG Huelva Acoge son más de 3.000 los indocumentados diseminados por Lepe, Cartaya, Mazagón, Moguer, Palos de La Frontera y Almonte dispuestos a trabajar en la nueva campaña, que durará hasta junio. Y calculan que llegarán hasta 5.000.

Para verlos hay que adentrarse en los pinares, plagados de ratas y despojos. Abdolulaye e Ibrahima viven es una chabola hecha con plásticos de invernadero. "Dicen que este año no hay trabajo para nosotros, porque los patrones prefieren a rumanas y polacas. La Guardia Civil nos pide que nos vayamos. Pero es nuestra única oportunidad de sobrevivir", afirma Ibrahima, de 28 años.

Jorge García, delegado en Huelva del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y bracero de la fresa durante años, conoce bien los oscuros mecanismos del campo onubense: "Nadie quiere ver a los inmigrantes reunidos, porque entonces se organizan y exigen derechos. Pero tampoco quieren que se vayan, porque los necesitan. Conozco a ´sin papeles´ que aceptan ser contratados por 15 euros y dormir en el cuarto de los pesticidas, cuando el convenio marca que han de cobrar 28 euros y disponer de una vivienda digna".

Freshuelva, asociación que agrupa al 80% de los freseros de la provincia, niega que los empresarios necesiten a sin papeles. Ahora, dicen, tienen suficiente mano de obra con los 12.000 contratos de origen, sobre todo mujeres rumanas y polacas, aunque el Gobierno rebajó su petición inicial de 18.000. Es fácil imaginar de dónde salen los otros 6.000.