TEtn más de una ocasión me han tachado de ingenua. Es posible que tengan razón quienes así piensan. Ingenua e incluso, simple. Por eso, porque aúno ingenuidad y simpleza, no alcanzo a comprender para qué quiere alguien, joyas y dinero aparte, veinticinco fincas, treinta casas, veintidós coches, dieciocho garajes y dos barcos. Se acercan poco a poco al poder, consiguen prebendas y con los beneficios sobornan para conseguir más. La carrera es ya imparable. La certeza de impunidad acaba con toda prudencia. No es Correa el primero ni será el último. Las redes se tejen y el poder cae como fruta madura en sus manos. A todos conocen, todo lo saben y todos les temen. La sensación debe de ser tan embriagante, que pierden la cabeza, y así, borrachos no se dan cuenta de que están a un paso del precipicio.

El jefe de la trama Gürtel había acumulado muchas cosas, una importante fortuna, pero no tenía bastante. Quizás quería subir al árbol y no conformarse con recolectar sus frutos. Tan listo, y no supo frenar a tiempo. No supo o no pudo porque otros se lo impidieron, sus compañeros de equipo que también atesoraban secretos.

Sea como sea no los comprendo. Miro sus fotos, la de él, la de sus compinches y la de los que (presuntamente) con ellos mercadearon, y me parecen gentes vulgares a los que me encantaría que la justicia les dejara sin nada. Está bien que les embarguen lo que indebidamente acumularon; que se busquen sus cuentas secretas y que todo vuelva a las arcas del Estado. Por avariciosos y por chorizos.

Algunos fueron descubiertos antes que ellos y a otros se les descubrirá después, pero seguro que hay otros, más listos, que permanecen tapados. Espero que también a estos se les acabe echando el guante.