Son famosos y desconocidos, loados a diario sin que se sepan sus nombres. Son los Fukushima 50, los irreductibles operarios que pelean contra el monstruo de la central nuclear. También fueron kamikazes y más recientemente samuráis. Mientras el resto huye cuanto más lejos mejor de la central, ellos se adentran en sus tripas, empalmando cables o enfriando los reactores.

El accidente del jueves ha refrescado los temores sobre su seguridad. Dos trabajadores fueron hospitalizados tras recibir una radiactividad 10.000 veces superior a la normal. El percance subraya tanto su heroicidad como la incompetencia de Tepco, la empresa que gestiona la central.

Ambos intentaban conectar el reactor a un cable de electricidad cuando a través del calzado se les coló agua. Un informe del miércoles de Tepco afirmaba que no había agua encharcada en el reactor, así que los operarios entraron sin las botas aislantes. La Agencia de Seguridad Nuclear de Japón instó a la empresa a ser más rigurosa.

Un vídeo reciente les mostraba en reactores tenebrosos, moviéndose arduamente con sus trajes que parecen de astronauta. Son unos 700 trabajadores que se turnan en grupos de 50 para repartirse solidariamente la radiactividad. Tienen una cita con la historia, a la que pasarán como héroes o, más probablemente, como mártires.