THtace cinco meses y cinco kilos que dejé de fumar. 150 días sin un cigarro, sin saber qué hacer con las manos mientras hablo, o levantándome antes del café para evitar tentaciones. Eso sí, en mis bronquios ya no vive Polifemo .

He fumado como un carretero. Me crié rodeada de fumadores, cuando aún estaba bien visto fumar en el instituto o viajar en autobús como un salmón ahumado. He sido una fumadora educada. Nunca he fumado delante de los niños y he aguantado congelaciones en terrazas para no molestar. Ahora el mismo Estado que ha alentado durante tantos años el consumo de tabaco va a prohibir que se fume en lugares públicos. Me parece estupendo. He estado en hospitales en los que la gente fumaba mientras le colocaban el gotero. Lo que me indigna es el acoso. Ahora los fumadores son apestados. Drogadictos. No hace tanto que la televisión pública emitía anuncios para jóvenes, o permitía publicidad en el deporte. Aún hoy se puede comprar un paquete a muy bajo precio.

Además de prohibir y asustar hay que educar contra el consumo. Pero prohibir es más rápido que concienciar y, desde luego, a corto plazo, mucho más efectivo.

Malamente andan las cosas cuando el Estado pasa de favorecer a multar. Ya hace unos siglos Calvino prohibió la lectura y el baile. Y acabó quemando vivo a Miguel Servet . Tengan cuidado los no fumadores. Tras las llamas, todos dejamos las mismas cenizas. Pero sobre todo cuídense los que aún fuman. Es más fácil que arda quien siempre lleva fuego encima.