"Yo estuve, hace años, en España, con ese pintor que era el mejor de los españoles [...] y no le querían, en España no le querían [...] Zuloaga". La cita es de August Rodin que, junto a Émile Bernard, fue uno de los dos grandes amigos que Ignacio Zuloaga tuvo en París. Paul Gauguin, al margen. La afirmación es cierta. En la España de la época rechazaban al artista guipuzcoano. Se le consideraba el gran representante de la España negra: ese país de curas y toreros, brujas y bailadoras, y ese país triste, cruel, sucio y fanático.

Así que ni exponía aquí y casi que ni le dejaban exponer fuera. En 1900, el Gobierno español rechazó incluir la obra 'Víspera de la corrida' en la Exposición Universal del París por considerar que perpetuaba una imagen atrasada y estereotipada de España. Sí enviaron la tela 'Triste herencia' de Joaquín Sorolla, representante de una España blanca y moderna, a juicio del Gobierno de entonces. Una percepción, la de Zuloaga como el pintor de una obra ligada a la generación del 98, que se lo hizo suyo, y por lo tanto de la España negra, que en cierto modo sigue vigente: "Continúa resultando un pintor antipático que pinta españoladas", y un pintor al que se juzga más por su "iconografía" que por su "talento", según Pablo Jiménez Burillo.

Debate perjudicial

Talento tenía, y mucho. "Es el mejor de nuestra época", dejó escrito Bernard. Y a eso, a "reivindicar un Zuloaga europeo", a "un pintor que vivió en París y se planteó los mismos problemas que sus coetáneos artistas y que tuvo las mismas preocupaciones y deslumbramientos que ellos en su búsqueda de un arte moderno" se ha volcado la exposición que hoy abre en la Fundación Mapfre de Madrid: 'Zuloaga en el París de la Belle Époque' y que comisarían Jiménez Burillo y Leyre Bozal.

La idea es "sacar a Zuloaga del debate que tanto le ha perjudicado" y evidenciar que "sus preocupaciones eran otras, su mundo iba va más allá de las discusiones sobre la imagen de España", explica el comisario. Para ello la muestra se centra en los primeros años del pintor en la capital francesa, a la que llega, en 1889, en busca de la modernidad y acaba en 1914, con "el Zuloaga de madurez, dueño de sus mejores recursos y capaz de pintar sus cuadros más brillantes". El broche final de la exposición lo pone 'Retrato de Maurice Barrès', un cuadro muy emblemático "síntesis de una forma moderna de pintar y de unas señas de identidad profundas". No en vano, el lienzo resume la trayectoria del guipuzcoano al aunar tradición española (el fondo del cuadro es Toledo y su protagonista un conocido hispanista) y francesa (Barrès fue uno de los impulsores del simbolismo).

De Boldini a Picasso

Antes hay espacio para sus primeros pasos por París, donde coincidió con la colonia formada por Santiago Rusiñol, Isidre Nonell, Hermen Anglada-Camarasa... para sus clases con Henri Gervex y sus exposiciones con los simbolistas Maurice Denis, Paul Sérusier, Pierre Bonnard, Toulouse-Lautrec... Y para su éxito. Era tan poco querido en su país de origen como amado en su país de adopción y en el resto de Europa. ¿La prueba? "Montar la exposición ha sido complicado porque su obra se encuentra diseminada por múltiples museos europeos", afirma Jiménez Burillo.

El retrato es otro de los aspectos importantes de la muestra, pues Zuloaga fue uno de los grandes retratistas de la Belle Époque. La oportunidad de dedicarse al género se la debe a su esposa francesa y de buena familia, matrimonio que le abrió las puertas de la aristocracia intelectual parisina. Ahí están sus retratos colgados al lado de los realizados por los grandes del género: Giovanni Boldini, John Singer Sargent y Jacques-Émile Blanche.

La amistad con Rodin tienen sala propia. Pero sus bronces no son las únicas obras no firmadas por Zuloga que recoge la exposición. Ya que la muestra presenta al artista en su contexto, y ello significa ver también piezas de Gauguin, Toulouse-Lautrec, Eugène Carrière... Además de lienzos salidos de la tradición de la pintura española de la que Zuloaga bebió y coleccionó: Zurbarán, Goya y, sobre todo, de El Greco, artista al que reivindicó con ayuda de Rusiñol. Y Picasso, cuya "'La Celestina' ya vale una visita a la exposición", sostiene el comisario.