Decir Brassaï es decir París. No en vano el artista (fue fotógrafo, sí, pero también pintor, escultor, escritor e, incluso, realizó una película) es uno de los que mejor ha retratado la capital francesa, ciudad por la cual sentía verdadera fascinación. La plasmó de día y sobre todo de noche. Recogió sus espacios más marginales pero también los de la alta sociedad. Inmortalizó a sus protagonistas, desconocidos y reconocidos, como Henry Miller, quien le dio el apodo de 'El ojo de París'; Salvador Dalí, con el que colaboró haciendo esculturas y Pablo Picasso, del que fue durante 40 años uno de sus mejores amigos. También captó los 'graffiti' de la ciudad, incisiones en muros, paredes y árboles que no solo fotografiaba sino que también documentaba. Y decir Brassaï es decir fotografía. En mayúsculas. Fue uno de los grandes del siglo XX tras la cámara y fue uno de los pioneros del género en clave moderna. De todo ello habla la exposición que le dedica, hasta el 13 de mayo, la Fundación Mapfre: 200 piezas (entre fotografías, dibujos, documentos y una escultura) que recorren toda la trayectoria de Brassaï (1899-1984) y convierten la exposición en la primera retrospectiva a él dedicada desde la que el Pompidou celebró en el 2000. Y la primera en España desde la que Fundació Tàpies presentó en 1993.

El París nocturno, solitario, silencioso, evocador, casi poético abre la muestra. Son sus instantáneas más conocidas, no en vano se le considera el fotógrafo de la noche. Imágenes tomadas, principalmente, en la década de los 30 y que tienen su inicio en 1932, cuando el editor Charles Peignot le encargó, al aún desconocido Brassaï, el libro 'Paris de nuit'. Por entonces ya llevaba ocho años instalado en la ciudad, se codeaba con los representantes más significativos de las vanguardias artísticas (Picasso, Giacometti, Matisse, ManRay, Breton...) y había cambiado su nombre real, Gyulá Halász, por el pseudónimo con el que siempre firmó y que sacó de su ciudad natal: Brassó, hoy Rumanía por esa época, Hungría. Hacía poco que se dedicaba a la fotografía. Apenas tres años. Antes había invertido su talento en el periodismo, la ilustración y en el estudio de las bellas artes, en Budapest y Berlín. A la fotografía llegó como agente, al poco cogió la cámara, y ya no la soltó.

Imponentes arquitecturas

Paisaje urbano y humano. Porque si en algunas de sus fotografías no hay presencia humana, como en las nocturnas y fantasmagóricas imágenes de imponentes arquitecturas, ahí están la gárgola en primer plano de Nôtre Dame y el Pont Royal visto desde el agua, ni en las diurnas de adoquines y cortes abruptos y geométricos; en otras, los personajes son los protagonistas. Imágenes que Brassai clasificó bajo el epígrafe 'Plaisirs' cuando organizó su archivo tras la segunda guerra mundial. Y que no vieron la luz hasta 1976, cuarenta años después de haber sido tomadas. Personajes de los bajos fondos de la noche parisina de la década de los 30 siempre fotografiados con un punto poético. "No son documentales ni son reportajes. Son la representación de una mitología que ya existía en la tradición literaria y de las artes visuales sobre los perdonavidas, prostitutas, aventureros, marginados... Brassaï la trasplantó al medio fotográfico de la manera más directa, más convincente y más clara posible. Esta es su grandeza como artista". Palabra de Peter Galassi, comisario de la muestra y antiguo conservador de fotografía del Moma.

'Montmartre', fotografía realizada entre 1930 y 1931 por Brassaï. / ESTATE BRASSAÏ SUCCESSION

Tampoco son surrealistas. Movimiento al que el creador siempre negó pertenecer pese a los contactos que mantuvo con sus miembros. "Decía que a los surrealistas les interesaban las deformaciones, las cosas raras e inquietantes, y que a él lo que realmente le interesaba era lo ordinario, que siempre era extraño, mágico e inquietante", explica el comisario. Aunque algo de surrealismo hay en sus trabajos. O por lo menos lo hay en los 'grafitti', presentes también en la exposición, en los que las ideas de primitivismo y hallazgo fortuito están presentes.

Sorpresa final

La muestra también tiene un apartado para los retratos de sus amigos, casi todos artistas, y para sus colaboraciones en 'Minotaure'. El editor de la revista, Albert Skira, le invitó, también en 1932, a fotografiar a Picasso para el primer número. Del encuentro entre los dos creadores salió una larga amistad que se mantuvo en el tiempo. De hecho, durante la ocupación alemana de París, Brassaï se negó a colaborar con el régimen nazi y sobrevivió gracias a los encargos que le hizo Picasso, quien aseguraba que nadie fotografiaba sus piezas como él. También afirmaba que el verdadero arte de Brassaï estaba en el pincel: "Tiene una mina de oro y explota una mina de sal", por eso le animó a que volviera a dibujar tras la segunda guerra mundial. Algunos de estos dibujos están en la muestra que acaba con una sorpresa: unas fotos del barrio chino y la plaza Reial de Barcelona. Hay que mirarlas bien, esconden a uno de los grandes entre la multitud: a Joan Miró.