Ni tan joven ni tan conservador como se creía que iba a ser el sucesor de Benedicto XVI, muchos esperan del papa Francisco que afronte la gigantesca tarea de reformar y sanear la Iglesia y de conectar su mensaje con la sociedad del siglo XXI. Austero, con fama de buen administrador en sus responsabilidades en la Iglesia argentina y muy alejado de la curia, su perfil parece encajar como un guante para lo primero. Su sensibilidad social y sus gestos de cercanía con los pobres son también conocidos, pero sus posiciones en algunos debates morales ponen en duda lo segundo. Conservador reformista y moderado, pero conservador al fin y al cabo.

"Un Papa sorprendente, venido del fin del mundo como si llegara para decir basta a las intrigas y al chantaje italiano de la curia y la parálisis del Gobierno que ha debilitado la vejez de Benedicto XVI hasta llevarle a la renuncia", escribe Ezio Mauro en el diario italiano La Repubblica. "Es el hombre capaz de hacer algunos de los muchos cambios que la Iglesia necesita", opinan fuentes diplomáticas en la Santa Sede, que prevén "una Iglesia menos centralizada, más abierta a los pobres y a los humildes". "Los primeros signos ya han apuntado simbólicamente en esa dirección", añaden.

Y es que ya desde el balcón de la basílica de San Pedro, Bergoglio mandó dos mensajes. El primero, tomar el nombre de san Francisco de Asís, que eligió vivir en la pobreza frente al lujo y la corrupción de la vida vaticana de la época. Y el segundo, en la misma línea, la sotana blanca, con una esclavina también blanca y el crucifijo negro de obispo. Nada de esclavina roja. Y la estola, solo para el momento de la bendición. Sin adornos. "Los males de la Iglesia se llaman vanidad y arribismo. Debe salir de sí misma", había dicho en una de sus escasas entrevistas, concedida al diario La Stampa en febrero del 2012.

Expectación, pues. "Mucho dependerá de a quién elija como su principal colaborador en la secretaría de Estado. La impresión es que decidirá con autonomía respecto de lógicas pasadas. No se excluye que no designe a un italiano. En suma, todo es posible. Incluso la largamente deseada reforma de la curia romana en clave colegial que Ratzinger no logró. Bergoglio parece dispuesto no solo a reformar sino incluso a desestructurar la curia, dándole un carácter más horizontal", aventura Paolo Rodari en La Repubblica. En todo caso, interrogantes no faltan. Entre ellos, hasta dónde le permitirán llegar su edad (76 años) y su salud, puesto que de joven se le extirpó buena parte de un pulmón.

Compromiso

Bergoglio ha dado muestras repetidas de compromiso social. "Para los que tienen suficiente los más pobres no cuentan. Eso es una inmoral, injusta e ilegítima violación del derecho a vivir una vida plena", ha dicho. Ha denunciado vigorosamente la explotación sexual de las mujeres y el trabajo precario, y nunca ha dejado de visitar a enfermos en los hospitales, tampoco siendo ya arzobispo y cardenal. Las cuestiones doctrinales y morales son harina de otro costal. Además de la durísima batalla que entabló para tratar de evitar la legalización de los matrimonios homosexuales en su país, ha arremetido contra la eutanasia y el aborto. En el 2007, cuando el caso de una mujer asesinada por su hijo sacudía la sociedad argentina, llegó a declarar: "Hay miles de madres que matan a sus hijos. Descuiden, que dentro de unos años van a aprobar la libertad de los hijos de matar a sus padres". Se le considera, en cambio, más flexible en temas de ética sexual.

"Habrá una gran continuidad doctrinal con Ratzinger. No habrá cambios dogmáticos", sostienen las citadas fuentes diplomáticas. El nuevo papa Francisco "puede ser mucho más sensible a ciertas tendencias sociales, pero es que tampoco se puede exigir a la Iglesia que se adapte a todas", argumentan.

Muy duro es Horacio Verbitsky en el diario argentino Página 12: "Su biografía es la de un populista conservador, como lo fueron Pío XII y Juan Pablo II: inflexibles en cuestiones doctrinarias pero con una apertura hacia el mundo, y sobre todo, hacia las masas desposeídas. Cuando (...) hable de las personas explotadas y prostituidas por los poderosos insensibles que cierran su corazón a Cristo (...), habrá quienes deliren por la anhelada renovación eclesiástica". En el italiano Il Corriere della Sera, Claudio Magris apela por el contrario a "la esperanza de un real, no retórico ni declamado, pero no por ello menos incisivo cambio de tantas cosas que deben y pueden ser cambiadas".