Apunté en mi libreta que para el día de la Virgen del Prado gozaríamos de buen vino con el que celebrar así el triunfo de la química sobre la penosa enfermedad; aquel día se presentó y te fui a ver de nuevo, y la química seguía torpe y dolorosa. Ya sabíamos lo mismo que los doctores: la vecindad del último viaje hacía que debíamos prepararnos para facilitar tan dura marcha.

Más tarde pareció que un alivio esperanzado se presentaba y te llevé una botella de mi mejor vino para cuando tuvieses al lado a Julio, a Geni, o a Gabi... Ya no importa si tuviste el apetito de dolerte en ánimos; pero era mi mejor química y mi iluso revitalizante.

Ha sido un verano seco. María te soportaba la delgadez y el peso de la tristeza y Asunción me hacía llegar tus preguntas en voz alta que eran las dudas y las certezas de quien sabe firmemente que ya no hay sino para ser, porque el estar se acaba.

Mi madre me vuelve a repetir su infatigable cantinela: "dile que si se acuerda cuando pedía echarse a siesta con mi padre..." "que yo quiero echarme a siesta con Vicente". Raro niño con siesta y conversación de abuelo. Así parece explicable que nunca hayas tenido tiempo para diseñar daños ajenos.

Ha sido una vida completa y te vas entero y de vacío: quedas un mundo repleto de familia y de amistades, que hoy se han parado a pensar que vamos a intentar ser como fuiste: discreto de equipaje y generoso en ofertas.

Gregorio Tovar Barrantes