TLto malo de la vida es que las instrucciones de uso se aprenden con la edad. No sirve de nada un consejo hasta que no tenemos experiencia suficiente para aceptarlo, por eso huimos de los abuelos cebolleta como de la peste. Cuántas veces hemos escuchado que la Navidad es de los niños, que solo se disfruta si no hay ausencias, o eso tan alegre de que se debe vivir cada día como si fuera el último, porque nunca se sabe si lo será. Cada uno de nosotros lleva una carga de advertencias transmitidas de padres a hijos: los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano (cómo nos molestaba este consejo de adolescentes) o no se puede ir uno a la cama sin haber pedido perdón a quien se haya ofendido. De hecho, nos hacemos adultos en el preciso instante en que nos sorprendemos transmitiendo a otro lo que hemos aprendido. Y eso es lo malo, que los años te hacen ver lo que hubieses deseado no haber visto. Acaban de pasar estas fiestas, y sí, tienen sentido por los niños, son alegres si no hay ausencias y no puedes acostarte sin reconciliación. Mientras explicamos esto a nuestros hijos, entre anuncio y anuncio, el telediario nos muestra un poco de lo que está pasando en Gaza, solo un poco, no sea que nos siente mal entre tanta dulzura. Y no puedes evitar preguntarte qué narices estás contando, para qué mundo preparas, si a unas horas en avión, habrá casas en las que siempre faltará alguien, donde no hay reconciliación posible y los niños son víctimas de gobiernos que no toman partido porque cuentan a sus amigos con los dedos de la mano, y cada día se vive como si fuera el último, porque se sabe de cierto que lo será.