El último libro que he leído nació fruto de una amarga decepción. Resulta que, en abril de 1994, Gustavo Alfredo Jácome asistió al décimo Congreso de Academias de la Lengua Española en representación de la Academia de su país, la Ecuatoriana. Durante el transcurso de su ponencia, el citado escritor y académico presentó algunos de los errores gramaticales que había advertido en el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973) y luego dejó en secretaría ese documento. Nadie se interesó por sus comentarios y correcciones, porque ocho años después el autor, en una queja sutil, le explica al lector que en ese tiempo no recibió ninguna noticia sobre sus denuncias gramaticales. Despechado --el adjetivo es mío, por supuesto--, se dedicó a recoger en un libro todos los errores que, según él, había detectado en la Ortografía de la lengua española , de la Real Academia, publicado en julio de 1999. El libro en cuestión, Gazapos académicos (Verbum, 2004), es un tremendo --a veces picajoso en exceso-- tirón de orejas a un grupo de académicos de la lengua que cometieron como mínimo un par de errores trascendentes: incluir gazapos en su libro de ortografía, y no escuchar a un compañero de letras que les alertaba de algunos de estos gazapos desde la tribuna de un congreso sobre la lengua española.

Nadie está libre de cometer gazapos. Ya lo dice un refrán añejo: quien tiene boca se equivoca . Por tanto, deberíamos ser flexibles, ya sea por empatía o por la certeza de que en cualquier momento uno puede equivocarse. Pero hay gazapos y gazapos, y no todos pueden ser juzgados de idéntica manera, faltaría más.