El problema se agrava cuando los errores han sido cometidos precisamente por quienes hacen gala en sus "estatutos" de ser garantes de grandes virtudes que ellos mismos se encargan de convertir en grandes defectos, cuando no delitos penados por la ley. Una mirada a la actualidad nos ilustra con varios ejemplos. No es de recibo que ciertos sectores de la Iglesia se hayan convertido en hervideros de gazapos sexuales cuando la institución, en teoría un dechado de pureza moral, lleva siglos demonizando comportamientos mucho más castos de los que ahora ella misma está siendo criticada. Igual cabe decirse de partidos políticos a quienes se les llena la boca con palabras como austeridad y honradez mientras algunos de sus miembros más corruptos se enriquecen a costa del contribuyente. Entonces el error no es un simple gazapo: es un insulto a la ciudadanía, que comprueba impasible que, pese a los cantos de sirena de la democracia, sigue habiendo estrellas y estrellados.

La mala praxis de los gremios es evidente. Por lo general, cuando detectan actitudes ilícitas en su seno se acogen al protocolo del silencio, a espera de que haya suerte y los delitos no trasciendan a los medios de comunicación, que son o deberían ser los radares de gazapos de quienes ostentan algún tipo de poder, sea económico, político, social.

Una vez salta la noticia, y con ella la indignación social, podríamos consolarnos el hecho de saber, como nos enseñó Dostoievski en una de sus obras maestras, que todo crimen conlleva su castigo. Pero no seamos ingenuos: la vida no es una novela escrita por un ruso tremendista y genial del siglo XIX.