Siento una debilidad especial por los gemelos. Una especie de inclinación natural, una simpatía innata, o quizás sería mejor decir empatía, que hace que tienda a pensar que todos son buenos. Siempre me ha ocurrido, aunque ahora ese sentimiento se agudiza cada vez que conozco a alguna de estas parejas, monocigóticas, univitelianas, clónicas, capaces de crear la confusión en los que se extasían intentando encontrar detalles que les identifiquen individualmente. La mayor parte de las veces, los que buscan las diferencias terminan encontrándolas, y se sienten aliviados. Sí. Aliviados. Porque, en el fondo, les perturba esa imagen repetida, esa sensación de que se encuentran frente a una sola persona a la que están viendo dos veces. Una sola persona, repetida.

Supongo que les pasará a todos los gemelos, pero ellos no se sienten así, ellos saben que son dos, aunque compartan con el otro hasta el tono de la risa, aunque parezcan iguales y jueguen a parecerlo, aunque los otros sean incapaces de encontrar el lunar que los distingue, o la mancha, o el centímetro de más.

Sin embargo, esta simpatía natural se ha roto con los hermanos Kaczynski . Me dan miedo. La fascinación se vuelve horror en el caso de los gemelos polacos. Dos cabezas para un monstruo que se alimenta a sí mismo, el monstruo de la represión y del pensamiento único que amenaza Polonia desde que estos dos, dos, por mucho que parezca que es una sóla persona repetida, se hicieron con los mandos para llevar a cabo su particular caza de brujas contra sus opositores. Es una pena que sean gemelos.