Dos toros indultados en Badajoz a cargo de Antonio Ferrera, de Victoriano del Río y Zalduendo, otro de José Luis Iniesta en Barcarrota más recientemente por Miguel Ángel Perera, y ayer otro de Zalduendo, con el que Ginés Marín bordó el toreo, dicen que saltan a los ruedos muchos toros buenos, que unas veces se aprovechan, y otras no.

El que saltó ayer al ruedo de Zafra se llamaba y se llama Mendaz, estaba herrado con el número 195 y nació en mayo de 2015. No es que fuera muy guapo el toro —tenía poca cara y le faltaba remate— pero bravo lo fue de verdad. Con los atributos que adornan a los toros auténticamente bravos: fijeza, celo, profundidad y repetición. Nunca volvió la cara el animal y tuvo una clase desbordante, pues hacía eso que se dice de que planea en la muleta, o que hace el avión, lo que supone una entrega indecible. Mendaz tuvo además nobleza, infinita claridad en sus embestidas, todas por abajo.

Así que con ese toro se sintió Ginés Marín y desplegó todos sus recursos de torero de mucha clase. Con el capote en el quite a la verónica y en el remate de la media verónica, lances cadenciosos y como de tiralíneas.

Bello fue el inicio de faena del oliventino, alternaba el natural con la trincherilla invertida y ganaba terreno hacia los medios. Por ambos pitones planteó Ginés una obra que siempre tuvo intensidad y altura, toreaba con los vuelos de la muleta, largos los muletazos.

El torero buscaba el indulto y el toro era muy bueno. Le dio distancia y se le vino galopando, tenía un tranco de más. Series largas y muy ligadas, con la intensidad que aporta el que las tandas estén compuestas de bastantes pases. El público es protagonista en la fiesta más democrática que existe, pidió el indulto y el presidente correspondió con el pañuelo naranja.

Antes Ginés Marin había enlotado un astado terciado y abrochado de pitones, que tuvo clase en la muleta del oliventino. Inició la faena de rodillas en la boca de riego con el pase cambiado por la espalda. Faena también larga por ambos pitones, nobleza del animal y series de mucho acople, cuando el remate del muletazo con los vuelos engrandece el toreo. Bernadinas finales, estocada y dos orejas

Tambien Pablo Aguado dictó una lección de lo que es el toreo de cante grande, en el que la naturalidad y la despaciosidad, a partes iguales, hacen que quien lo disfruta se sienta gozoso.

Tuvo buen tranco de salida su primero y le cuajó verónicas de muy buen trazo, ganando terreno hacia los medios, con el remate una media verónica eterna por lenta y bien dibujada.

Bellísimo resultó el inicio de faena del sevillano, con el natural casi del desprecio que alternaba con la trinchera invertida a modo de ayudado por bajo. Se dispuso a torear en redondo, puesto, asentado, con sublime naturalidad, Pablo Aguado toreaba despacito. Sonaba ese hermoso pasodoble que es Dávila Miura, y todos, público y torero, estaban metidos en faena, que se iba armando con despaciosidad y cadencia. Al natural, las mismas premisas, el torero le daba tiempo entre las series y entre muletazos le esperaba, le embarcaba en la muleta y componía con soberbia plasticidad.

Faena cortita, como tiene que ser, sevillanísimos los naturales finales de frente y a pies juntos. Ni un mal detalle ni un esperpento de cara a la galería. Mal con la espada, saludó.

El sexto, si bien tuvo nobleza, soseaba. El sevillano le tapó esos defectos y erguido, asentado, repitió una faena corta, con toques sin violencia y suavidad en el correr la mano que dejó un profundo regusto. Aunque la estocada fue caída, el premio fue de una oreja.

Cayetano pasó de puntillas por Zafra y se fue cuando dio muerte al cuarto toro. Estuvo pero no estuvo pues la falta de ajuste fue patente ante un toro mansote por rajado, el primero, y ante un cuarto que tenía poco recorrido. Tan patente eran los toques hacia fuera y la distancia que había entre toro y torero, que se escuchó en el tendido un «no te manchas».