El poder del fin de semana con puente festivo incluido, la agradable temperatura y un cartel de fácil digestión para el público menos exigente propició un festejo en el que se pidieron las orejas no con el pañuelo, sino con el gin tonic. Así está esto.

La falta de una temporada regular como base de un núcleo de aficionados formados ha derivado en una plaza en la que, si eres torero, todo depende del día en que te anuncies y quien esté en el palco de la presidencia.

En este sindiós en el que se ha convertido La Misericordia --cada día más irreconocible y al borde de las talanqueras-- una oreja de los primeros días de la feria, con los tendidos habitados por los irredentos cabales, cuesta tres veces más que un despojo ayer.

Sonroja la oreja concedida a López Simón en el quinto, un mamotreto de 651 kilos que esperaba y si arrancaba lo hacía quedándose debajo de los capotes, tirando coces al huir despavorido.

El de Barajas, sombrío y melancólico, deambuló en torno a él a lo largo de un trajín que fue de poquita cosa a casi nada, eso sí, recorriendo todo el ruedo. El espadazo sería. Después de un pinchazo, hay que anotar. ¡Qué oreja! Ni en los pueblos.

Antes había volado el capote al recibir al segundo con suavidad y temple pero sin alma. Solo eso.

López Simón necesita reflexionar este invierno y luchar contra sus fantasmas, esos que lo tienen secuestrado en el limbo.

PADILLA, bendecido / El jerezano tuvo ayer uno de los toros destacados de la feria, el corrido en cuarto lugar. Un ejemplar que le brindó una casacada de embestidas a las que correspondió con vulgaridad y abasto.

¿Qué sería de Padilla si eliminara las largas cambias de recibo, los tercios de banderillas y su empatía con el tendido? Illa, Illa, Padilla a tu silla...

Pero el público manda, dicen. Aunque bien es sabido que la sabiduría tiene sus límites, la ignorancia parece que no.

Compárese si no con uno de los mejores caletres del toreo, el de Ginés Marín. Torerísimo durante toda tarde, tuvo la paciencia y la ciencia para moldear la raquítica disposición de un desfallecido toro de Matilla al que no solo lo aguantó en pie sino que le hizo ir a más para crear un conjunto muy estimable. No se puede hacer tanto con menos en una faena tan medida temporalmente.

El sexto fue toro no para lucirse sino para descubrir la mediocridad de algunos toreros. No fue el caso. Ginés acabó entre los pitones. Además de cabeza ¡qué cabeza! hay bragueta. En este ocasión no hubo oreja. Y eso ¿a quién le importa?