Durante años la palabra bastardo no tuvo carácter peyorativo y simplemente servía para distinguir a los hijos que los reyes tenían fuera del matrimonio legítimo, que por regla general eran uniones de estado, lo que hacía comprensible que el soberano en cuestión se buscara la vida fuera del palacio. Más tarde, bastardo pasó a ser un insulto para los hijos extramatrimoniales en general y, ahora, se llama bastardo a todo aquel que actúa de forma canalla.

Resulta que existe en Gran Bretaña un cierto interés por demostrar que Enrique, también llamado Harry, (que viene a ser Quique), no es hijo de su padre, el príncipe Carlos, sino de James Hewitt, el novio que se echó Lady Di, a modo de consolador, demostrando con la elección que la pobre no sólo no tuvo ojo a la hora de elegir marido sino que su selección de amantes fue aún peor.

Hewitt lleva años desmintiendo ser el padre del príncipe Harry, lo que no hace más que alimentar la especie. Ahora se ha descubierto un plan, promovido por un grupo de prensa sensacionalista, consistente en lograr un cabello del príncipe para extraerle el ADN y compararlo con el de Hewitt. Plan que, por supuesto, requeriría la colaboración de éste último, que se prestaría a la patraña. Nada tiene que perder y mucho que ganar, habida cuenta del rendimiento que le ha sacado a sus encuentros con la princesa Diana, quien le inundó de cartas de amor dejando pruebas suficientes como para que Hewitt pueda vivir de explotar el cuento del idilio hasta que se canse.

Conclusión, el verdadero bastardo de esta historia es James Hewitt, de modo que no hay que seguir buscando.