Dos pequeños destellos en un ordenador, una señal ciertamente humilde, confirmaron que el mayor experimento de la historia, el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), había pasado con éxito su primer examen. Los haces de protones inyectados en el anillo subterráneo del CERN, situado cerca de Ginebra (Suiza), acababan de recorrer en menos de un milisegundo los 27 kilómetros del circuito. Eran las 10.28 horas de ayer. Lyn Evans, director del proyecto, asintió con la cabeza y el público irrumpió en aplausos.

El LHC, una compleja máquina de dimensiones mastodónticas, se concibió hace más de dos décadas, se empezó a construir en 1998 y posiblemente tendrá una vida útil de 15 años, pero los miles de físicos e ingenieros implicados en el proyecto están convencidos de que los 4.000 millones de euros invertidos por los 20 países miembros del CERN no serán en balde. El LHC, dicen, ayudará a revelar algunos de los grandes misterios de la ciencia, como los constituyentes más íntimos de la materia, la formación del Big Bang o la supersimetría del Universo. "Es un día histórico para una humanidad que quiere saber de dónde viene", dijo Robert Aymar, director general del CERN. "En el mundo de la física, esto puede tener un impacto parecido al de la invención de la rueda", según José Bernabeu, catedrático de la Universidad de Valencia y participante en el LHC.

PRUEBAS En semanas previas, los científicos del LHC habían analizado la viabilidad de algunos de los ocho segmentos en que está dividido el anillo de 27 kilómetros. Se habían lanzado protones de hidrógeno y se había confirmado que avanzaban sin problemas por su interior a una velocidad cercana a la de la luz. Ayer se trataba de que recorrieran el anillo completo.

En esencia, lo que se hace es meter a toda velocidad unos haces formados por paquetes de 1.000 millones de protones y comprobar cómo se comportan, dice María Chamizo, investigadora que trabaja en el CERN. Los aparatos dedicados a captar el movimiento y analizar los resultados, tan complejos como el LHC, certificaban que todo iba bien en cada una de las paradas previstas. Así que finalmente se decidió inyectar un haz que diera la vuelta entera.

El LCH es una cavidad en el vacío casi perfecto, para que no haya colisiones con el aire ambiental, y que ha sido refrigerada hasta el frío más absoluto (--271,3ºC). En él se lanzan protones --uno de los elementos que componen los átomos-- con el objetivo de que choquen entre ellos a gran velocidad y surjan fenómenos extraños. De hecho, lo que hará cuando esté a pleno funcionamiento es recrear a pequeña escala y durante una fracción de un microsegundo las condiciones que había en el universo justo después del Big Bang. Sin embargo, para que ello suceda habrá que esperar posiblemente a finales de año. De momento, el Fermilab de Chicago, la única instalación similar, es aún el acelerador más potente del mundo, pero cuando el LHC llegue a su potencia máxima quedará a años luz.