Un José Garrido deslumbrante de ambición, decisión y capacidad, con un sitio y una forma de entender, y torear, a un toro justo de todo, presentó ayer sus credenciales para decir que aquí está él y que hay que tenerle en cuenta en la necesaria renovación del toreo que ya se está produciendo. Con un toro muy justo de todo -el tercero de una deslucida corrida-, rompió la tarde, y quién sabe si no la modorra que hay en el escalafón, con toreros que no dicen nada y torean porque sí, cuando los aficionados que dan sustento a esta fiesta dicen que quieren otra cosa.

Ese toro fue el menos malo de una corrida de Fuente Ymbro, ganadería propiedad de Ricardo Gallardo, que, además de mansa, se decantó a mala. Salían los toros, de bonita lámina, justo es constatarlo, y, uno tras otro se defendían. Pronto se definían para mal: no se desplazaban, llevaban la cara a su aire, la soltaban. Mala cosa aquella, a veces con genio, otras de toros simplemente descastados.

Pero en el albero valenciano estaba José Garrido, dispuesto a todo. Ese primero de su lote era un castaño que enseñaba las puntas, muy armónico. Y es que el toro reunido es condición necesaria, aunque no suficiente, para que este hermoso animal embista. El de Fuente Ymbro no rompió del todo, pero en manos de Garrido, poco a poco, se fue definiendo a mejor. El milagro del temple, el milagro del sitio, el consentir al animal, el no dudarle, el correr la mano, el querer, el poder que da la capacidad... Todo eso alumbró una faena a más, ligada y justamente sentida y jaleada por los tendidos.

Fue la de José Garrido una obra bien construida porque tuvo argumento. Primero consintió al toro. Lo hizo pisando el terreno donde todos embisten. Después lo citaba y lo llevaba hasta el final. Le corría la mano. Lo encelaba. Total, que el animal, en manso, embistió. Dos justas orejas, que le abrieron la puerta grande, daban cuenta de la dimensión de un joven torero que tiene mucho que decir, y lo va a decir en el inmediato futuro. El sexto tenía genio y Garrido le plantó cara. Valiente y más porfión de lo debido, poco más pudo hacer.

Juan José Padilla abrió la terna. Estuvo decoroso, sin arrebatar a nadie. Tuvo un lote en el que sólo se salvó el guapo cuarto, que pronto soseó. A su aire en los capotes de salida, se empleó lo justo en el caballo. Aún así, toro esperanzador en banderillas por su buen tranco. ¡Ay!, pero insulso en la muleta. Muchos pases del jerezano y ninguno a favor del animal. Menos mal que no le caló porque, en un arreón de manso, le volteó tras clavar la espada. Se salvó pero se llevó una paliza.

El que abrió la corrida fue también un toro sin clase, con el que quiso agradar Padilla en los largas de rodilla de recibo, en los pares, más bien desafortunados, de banderillas, y en una faena de mucho ponerse y dar pases ayunos de lucimiento.

Jiménez Fortes, paradigma de la mala suerte, completaba el cartel. Torero muy castigado por los toros que ayer no tuvo ninguna fortuna con un lote infumable. Es éste un diestro muy valiente que poco pudo decir, salvo querer agradar y tratar de llevar a dos toros ingratos de por sí. Un segundo de embestida descompuesta, pues soltaba la cara y reponía. Y un quinto que se frenaba ya de salida, que en banderillas se definió claramente a malo, y que en la muleta era todo un paradigma del toro con genio porque soltaba la cara, se frenaba y miraba al torero. A eso sólo pudo oponer decisión el malagueño.

Tarde de las importantes para un diestro. Tarde, la de José Garrido, de las que dan que hablar y de las que hacen que suene un runrun alrededor de este torero, tan esperanzador para quienes hemos seguido su carrera.