La fría tarde oliventina se vivió con gran calor. Tal vez se podría aplicar ese dicho de que ayer los aficionados que llenaron el bello coso salieron toreando. Evidentemente, toreando de forma figurada, aunque eso se dice cuando la tarde ha sido espléndida de toros y de toreros.

La tarde, en cuando a los toros, tuvo un gran interés. Saltaban los cuvillos al ruedo y lo hicieron, en primer y tercer lugar, dos jaboneros sucios, que recuerdan el encaste Osborne del que participa una parte de esta vacada. El resto, negros y castaños, invitaban a pensar que tenían origen Ibarra o Torrealta, sangres que también entraron a formar parte de esta ganadería, hoy en día la más demandada, por la calidad de sus embestidas, por las principales figuras del toreo.

Pero también se vio, en cuanto a los toreros, que venían a dar lo mejor de ellos mismos. Que sabían que estaban en una plaza emblemática, en cuyos tendidos se sienta buena parte de la flor y nata de la afición extremeña, pero también, porque esta fiesta es universal, la flor y nata de la afición portuguesa, francesa y de muchas otras partes del mundo, llegadas a Olivenza para ser partícipes de lo que iba a ser un acontecimiento.

Y en eso saltó al ruedo el bello primero, bajito de agujas y muy en tipo. Ese jabonero resultó muy noble aunque algo blando de remos. Pero para eso se inventó el temple. El Fundi le hizo una faena de menos a más. Primero sobaba al toro y dio mucha suavidad a su toreo. Con el animal afianzado, llegaron las tandas en redondo, cuando llevaba al de Cuvillo y tiraba de él en el segundo y sucesivos muletazos.

Fue un trasteo de un torero en sazón, de un diestro que supo lidiar toros de ganaderías en las que la aspereza es norma de comportamiento, pero que ayer demostró que al toro bueno también sabe cuajarlo. La buena estocada le permitió pasear un trofeo.

El cuarto fue también un buen toro pero tardó El Fundi en cogerle el hilo. Fue esa una faena larga en la que el acople sólo llegó al final. Tan al final que escuchó un aviso antes de montar la espada, que al final fueron dos.

José Tomás se reencontraba con Olivenza. Tuvo un primer astado al que toreó bien con el capote, con esa majestad que este gran torero imprime. Distraído en banderillas, poco a poco lo fue metiendo en la muleta.

Fue esa una faena soberbia construida sobre el pitón izquierdo, el mejor del toro, y fue el mejor exponente del sitio en el que se pone este diestro. Con aguante y quietud, citaba al toro y el ¡ay! llegaba cuando en el último instante José Tomas daba el toque, muy suave, para fijar la embestida y llevar largo al burel.

Ligazón, quietud y espiritualidad hubo en esa labor. Y tras una estocada recibiendo se le concedieron dos orejas. El quito fue un toro violento, al que consintió José Tomás, y al que mató de un feo espadazo.

Miguel Angel Perera no se iba a quedar atrás. Tuvo un primer toro con el que inició su faena desde los medios con pases cambiados por la espalda. A partir de ahí inició su sinfonía de toreo caro. Daba sitio al buen cuvillo, le enganchaba por delante y muy despacito le corría la mano. Así brotaron tandas en redondo, primero con la diestra y después al natural, inmensas. Era una faena cumbre de un torero muy importante. Paseó los máximos trofeos.

Con el sexto hubo más de lo mismo. Fue también ese un buen toro y con él Perera hizo primero ese toreo tan personal de mano baja y trazo largo. Acortó distancias y fue premiado con dos orejas.