Tras la apoteosis del día anterior, ayer no era fácil hacer el paseíllo en la Real Maestranza de Sevilla. Pero las esperanzas allí estaban, pensando, en primer lugar, que la ganadería de Núñez del Cuvillo es una de las punteras, y que el cartel, especialmente con Manzanares y Talavante, era muy a tener en cuenta.

Así fue porque el ganadero gaditano echó dos toros de nota, segundo y tercero, dentro de un conjunto manejable, con el lunar del sexto. Dos toros bien aprovechados por el alicantino y por el de Badajoz. El uno cortó dos orejas y el otro solo una -cicatero el presidente, que tardó en sacar el primer pañuelo para evitarse el segundo- pero, a decir verdad, si el uno toreó bien, la pureza, la profundidad y la intensidad fue por cuenta de un Talavante en sazón, que ayer hizo honor a la máxima belmontina de que el toreo es un acto del espíritu.

Con el corazón toreó Alejandro Talavante al tercero, un toro que no humilló en el capote y manseó en el caballo. Pero, muchas veces y si se dejan, a los toros hay que ir haciéndolos. Y ese comenzó a dejarse en el soberbio comienzo de faena del paisano en los mismos medios, con unos doblones la mar de eficaces, la mar de toreros y la mar de hermosos. Y a partir de ahí, a torear, a torear bien de verdad, dando todas las ventajas al animal y a hacer el toreo como hay que hacerlo, que es, tras enganchar al toro por delante, pasárselo cerca, llevarlo por abajo hasta el final y rematar el muletazo por debajo de la pala del pitón para, sin perder terreno, ligar el siguiente muletazo de la serie, que no engarzar, porque así el toreo mas bien parece una noria.

La faena de Talavante fue por los dos pitones pero, cuando este torero se echa la mano a la zurda, eso son palabras mayores. Por lo ya dicho de que cuando el toreo se hace por abajo y se torea con los vuelos de la muleta, y se remata el pase por debajo de la pala del pitón, el toreo deja de ser espectáculo para convertirse en inmensidad.

Esa faena fue, más que una canción, una sinfonía de toreo, sobre todo al natural. Con ese remate tan talavantista del muletazo y con inspiración sobrevenida en cuanto a detalles, como el molinete o la trinchera invertida. Sólo un pero, la arrucina, ese pase con la muleta en la espalda que, además de feo, descompone a los toros. Lo prodiga y en sitios como Sevilla, no gusta y no debe.

Fue la de Talavante una faena larga, abrochada con una gran estocada, en la que el torero se quedó en la cara y fue prendido, aunque menos mal que la cosa no pasó a mayores. Por eso y por todo lo demás, el presidente debió conceder la segunda oreja

El toro extraordinario de la corrida fue el segundo, primero de José María Manzanares. Era una pintura de guapo, fino de piel y de cabos, armado en delantero, con buen cuello. Ya de salida dijo lo que iba a ser cuando tomó el capote del diestro con temple y entrega en las que fueron unas verónicas cadenciosas.

Andaba el cuvillo justo de fuerzas pero su bravura le hizo ir a más en la muleta. Ayer sí toreó Manzanares porque remató los muletazos. Ayer dejó de lado ese toreo de engarce, que no de remate. El toro lo merecía.

La faena tuvo mucha suavidad y sobre todo temple y belleza. No a base de series largas, tras las que llega la intensidad, pero sí hubo una buena puesta en escena, cuando Manzanares daba tiempos y sitio al buen astado, y lucía el empaque de este torero que, aunque a veces no se ajusta lo que debe, compone mejor que bien con el toro.

No era ese un toro de carril porque había que llevarlo, pues a veces se le metía para dentro, pero la labor del torero, con todo a favor, fue ayer de las que dejan buen poso por lo despacito que toreó, por lo templado de su toreo y por cómo este diestro compone con el toro.

La muerte del animal fuera de la segunda raya, fue la de un toro bravo. Se resistía y se la tragaba, y eso, aunque algunos no lo entiendan, es algo que engrandece a este animal, que es único.

Por lo demás, no hay mucho que contar. Talavante tuvo un sexto, que fue el peor del encierro, un astado sin empuje, que se quedaba corto y echaba la cara arriba. Manzanares tuvo un quinto, que si bien le faltó final del muletazo, fue muy manejable y al que, de haber matado bien, con la banda de música y el público a favor, hubiera cortado una tercera oreja. Y Castella estuvo como los dos de su lote, que no dijeron nada.