Cuando era niña, me encantaban las películas de miedo. Viernes 13 y sus secuelas habitaban mis pesadillas al lado de la niña del exorcista y el muñeco diabólico. Lo mejor de todo era que yo no veía nada, porque me tapaba la cara con un cojín o cerraba los ojos en las peores escenas. Lo único que me gustaba era pasar miedo, ese vértigo que nace en el estómago y el alivio inmediato al descubrir que te has librado de los zombies. Algo parecido debe de estar sucediendo en todo el mundo. Nos hemos dejado aterrorizar, sin cuestionar datos, como si hubiéramos decidido ponernos un cojín delante. Primero íbamos a morir o a padecer terribles complicaciones respiratorias, sin suficiente personal médico, que también habría caído enfermo. Se colapsarían las urgencias, no se empezaría el curso, la vacuna estaba custodiada por el ejército. Morían niños, jóvenes, ancianos. No había dosis para inmunizar a la población entera, y los efectos secundarios eran horribles. Ahora los mismos guionistas que nos preocuparon pretenden que sintamos alivio, sin que hayan aparecido los títulos de crédito. No pasa nada, dicen, no va a ser para tanto. Lo de cerrar los colegios, ni se sueña. Lo de acudir al médico al notar los primeros síntomas, mejor que no. Y morirse, lo que se dice morirse, solo unos pocos, los demás, pasaremos por la gripe sin sobresaltos. Y aparecen en los medios con una sonrisa más congelada que la madre de Psicosis . Para inventar o propagar rumores, hace falta ser mejor guionista. Si no, se pierde credibilidad y lo único que se consigue es que desconfiemos, esperando el susto final de toda buena película de miedo.