Un joven escritor quería documentarse para una novela ambientada en las intrigas y las crueldades de las guerras. Dudaba entre visitar Afganistán o Somalia, hasta que alguien le sugirió que podría ahorrarse dinero y peligros infiltrándose en un partido político en plena época precongresual. Es en esa fase cuando mejor pueden apreciarse, sin el inconveniente de las bombas, todos los matices de las malas artes de la guerra, donde la traición es moneda habitual y la falta de escrúpulos una consigna. Me acordé de esto al saber que la lucha por el poder en el PP extremeño había llevado a censar en un domicilio a un montón de militantes afectos a un candidato. Por lo que se ve, hay quien tiene una particular manera de entender la democracia: en vez de convencer a los electores, lo mejor es trasladar a los seguidores de circunscripción para obtener una mejor cosecha de compromisarios. La verdad es que no podemos saber si la historia acabará en impugnaciones, retiradas, expulsiones, creación de corrientes o fundación de nuevos partidos. De todos modos, lo que sí que debería preocuparnos, en el caso de que fuera cierto lo que se denunció la semana pasada, es el grave peligro que corremos los que vivimos en Extremadura si algún día llegáramos a ser gobernados por algunos personajes. Si se atreven a actuar así con sus compañeros de partido, con quienes se supone que tienen afinidad ideológica y con quienes comparten proyecto político, qué no serían capaces de hacer contra los que no piensan como ellos. Será que la vida interna de los partidos no da para novelas románticas y sí para dramas bélicos.