TCtanta y la sientes tan cercana como un guiño, como un pellizco, como el beso o la caricia. Quiere que la llamen Bebe, sin la tilde de recién nacida, pero te habla desde el escenario y hueles un aire de Nenuco , un tacto de piel nueva, de monería gutural y gracia innata. El martes cantó en Mérida para todos los extremeños. Era la primera vez que la veía y nunca había notado una seducción tan frágil rompiendo en un escenario. Conocía su canción famosa, esa que ha sido número uno, y no me gustaba. Tiene el ritmo pegajoso que lleva al triunfo, pero arroja las letras al naufragio de los ritmos monocordes. El martes descubrí sus canciones ocultas y me deslumbró.

Como la Piaf, la Flores o la Lemper, nuestra cantante extremeña tiene duende, aquel, don... Estilo... Y el estilo no se toma prestado. Bebe sale al escenario, se sienta y te hace bien. Saluda como una niña que está aprendiendo a decir hola y te embauca. Esboza un gesto de sorpresa, compone un mohín de mimosa, arquea una ceja, frunce un ceño, alardea de labios y parece que todo lo hace para ti aunque estés entre cinco mil. Luego canta y corta los ritmos para que no te aburras, lo hace tan fácil que te recuerda a tu madre tarareando historias mientras bordaba. Enreda los mensajes, los suspende, los retuerce y te va llevando dulcemente, te va meciendo en sugerencias y te sientes bobo y feliz porque alguien canta sólo para ti y te regala una ese dejada, perdida, esfumada, una ese extremeña que Bebe aspira con el alma y la hace más tuya, aunque la oigan ya millones.