El entorno laboral, el tipo de trabajo y las relaciones dentro de la oficina han ido evolucionando en las últimas décadas. Se busca un entorno más confortable y una mejor gestión desde lo emocional. Sin embargo, no siempre sabemos aplicarlo o no hemos adquirido el conocimiento sobre nosotros mismos o sobre cómo nuestros hábitos no siempre nos ayudan y acaban convirtiéndose en tóxicos para nosotros. Nuestro rendimiento baja, nos instauramos en la queja o sufrimos más estrés del que sabemos controlar. Cada pequeña acción que repetimos nos afecta y puede ser perjudicial.

Analizar qué nos está restando energía, qué roba nuestro tiempo o qué disminuye nuestro bienestar emocional en la oficina es primordial. Solo desde este análisis empezaremos a tomar conciencia de que no es el trabajo en sí el que nos hace sentir mal, sino que hay varios elementos cotidianos que hacen que nos encontremos así. No siempre la alternativa es cambiar de puesto, sino que debemos enfocarnos en los hábitos tóxicos que hemos acumulado.

Rompe la cadena

Todos nuestros días contienen una serie de hábitos encadenados y unidos que funcionan como un bloque. La rutina de levantarnos, el momento de irnos a dormir o el tiempo del gimnasio tienen varias tareas dentro que vamos desarrollando de forma automática. Esto se debe a que nuestro cerebro busca ahorrar la mayor cantidad de tiempo y automatiza este tipo de tareas habituales. No siempre son hábitos buenos los que encadena y repite, sino que podemos también incluir tareas de procrastinación, pérdidas de tiempo o elementos que nos hagan sentir miedo o tristeza. Esto es habitual que pase en la oficina, especialmente si llevamos mucho tiempo en el mismo puesto o nos ha empezado a desmotivar, aunque siempre puede romperse.

Los hábitos tóxicos aparecen en muchos instantes del día a día. No todos son realmente perjudiciales ni se trata de buscar la perfección, pero es importante identificar aquellos que más tiempo nos restan y que, además, nos hacen sentir mal. Estas pautas te ayudarán a verlos y combatirlos:

1. Redes sociales

El cerebro no siempre es nuestro órgano más productivo. Al cabo del día también necesita oxigenarse, pero no siempre encuentra la mejor forma. Entrar en Redes Sociales, consultar la prensa online o mirar continuamente el correo forman parte de los mecanismos de huida de nuestro cerebro. Es importante marcarnos una hora determinada para ello donde lo realicemos. El resto de momento estará prohibido hacerlo.

2. No hay descanso

Cuando estamos en el pico de mayor productividad del día, queremos aprovecharlo al máximo. Creemos que parar hará que luego no rindamos. Sin embargo, ocurre al contrario. Gastamos toda nuestra energía en esos momentos y a medio y largo plazo ya no hay nada de productividad. Cada 90 minutos, debe haber algún tipo de descaso, de unos cinco o diez minutos.

3. No pongo límites

En la oficina podemos llegar a caer en el hábito de acumular más tareas de las que nuestro tiempo podría abarcar. Confundimos eso con ser mejores trabajadores o con mantener nuestro empleo a largo plazo. Sin embargo, el estrés no hará estar más irritables, cometer más fallos y dar una imagen de falsa sumisión que solo nos perjudicará.

4. Sin planificación

El no tener planificación es uno de los hábitos tóxicos más perjudiciales, aunque el polo opuesto también lo es. Debemos llevar una agenda de las tareas diarias, semanales y mensuales, repasarlo con frecuencia y reajustar en base a los plazos. No implica agobiarse, sino ir con tiempo de sobra y tener en cuenta los imprevistos.

Cualquier hábito corre el riesgo de convertirse en tóxico para nosotros. Lo que al principio es bueno o inocente, si a la larga reduce nuestra productividad, no estará haciendo sentir mal y con sensación de culpa. Es un círculo vicioso que aumenta y que parte de analizar toda la rutina laboral para encontrar los errores y subsanarlos, pero siempre desde el respeto hacia uno mismo y reduciendo la autoexigencia.

* Ángel Rull, psicólogo.