Cinco millones de niños mueren cada año en el mundo debido al hambre, según el informe anual de la FAO (agencia de la ONU con sede en Roma) sobre el estado de la alimentación en el planeta que se hizo público ayer. El documento asegura que el hambre afecta a 852 millones de personas, de las que 815 millones viven en países en desarrollo, 28 millones en países en transición, y 9 millones, en los industrializados.

La desnutrición, además, origina enormes costes económicos por la pérdida de productividad y de ingresos nacionales. En concreto, el informe recoge que cada año más de 20 millones de niños nacen con insuficiencia de peso. Los que no mueren en la infancia sobreviven con discapacidades físicas y mentales que arrastran durante toda su vida.

UNA SITUACION CARA Una primera estimación sugiere que los costos directos de la malnutrición ascienden a unos 22.300 millones de euros (3,7 billones de pesetas) al año, "más del quíntuplo de la cantidad comprometida hasta la fecha para financiar el Fondo Mundial de Lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria", subraya el informe. Así, si el hambre se paliase, habría muchos más recursos para luchar contra las enfermedades que diezman a la población en los países pobres.

El informe asegura que las fórmulas para acabar con el hambre --casi siempre asociado con el analfabetismo y la pobreza-- ya se conocen. La FAO propone a los países una mejora en el acceso de la población a los alimentos y fortalecer sus actividades productivas. También pide una mayor promoción de la agricultura y el desarrollo rural.

La última recomendación choca, no obstante, con la realidad de las subvenciones agrícolas en los países ricos. Esta protección favorece la producción alimenticia más barata de artículos elaborados que acaban hundiendo la agricultura de países pobres.

Las cifras corroboran esa preocupante tendencia. En 1987, Kentucky Fried Chicken abrió el primer restaurante de comida rápida en Pekín; 15 años más tarde, la cadena contaba con más de 600 establecimientos en China. Entre los años 1980 y 2001, cada una de las cinco cadenas de supermercados más grandes del mundo (con sedes centrales en Europa o Estados Unidos) ampliaron en un 270% el número de países en los que operan.

Este desembarco está cambiando los hábitos alimenticios de los más pobres. La gente consume más comidas rápidas y menos platos caseros, lo que supone más grasas y menos fibras dietéticas.