TPtor Cañaveral todo el mundo pasa, pero casi nadie se detiene. No creo que haya otra localidad extremeña más maltratada por la carretera. En Cañaveral, la Nacional 630 se pone insoportable, se retuerce, se encabrita y los conductores relacionan el pueblo con el fin del calvario o con su comienzo. Pero Cañaveral no es la puerta del infierno, sino un pueblo con encanto que hay que descubrir por sus chimeneas irrepetibles y sus calles tan curiosas como la de la Sartén. Hay viajeros avisados que conocen Cañaveral por su estupenda churrería o por su panadería con horno de leña. Pero más allá del desayuno o del acopio de pan para el camino, su calle Real es una delicia urbana con esas casonas del siglo XIX, que presumen de solidez anunciando la fecha de construcción en sus fachadas: 1882, frente a la iglesia, 1889, la Casa de Cultura...

Cañaveral es un pueblo de ladera, como Alburquerque, y su calle principal tiene una acera en altillo, con baranda, con arces, ciruelos ornamentales y acacias viejas. En el pueblo hay 1.500 habitantes, un banco, una caja de ahorros, una alcaldesa, una tienda magnífica de productos extremeños y una iglesia con placa al cura don Benito y a 20 caídos por Dios y por la Patria. Aunque más que las placas, lo que gusta de la iglesia es su portada y su atrio, con vistas espléndidas hacia los llanos de Cáceres y las quebradas del Tajo. Hay que pararse en Cañaveral a por churros, a por pan, a por jamón, a homenajear al pueblo más marginado por esa perversa N-630 que pronto será historia.

*Periodista